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La literatura en mí

La literatura podría ser comparada con la cornucopia o cuerno de la abundancia de los antiguos griegos.  Extender la mano, o mejor la mente y el corazón, hacia ella, siempre comportará la satisfacción de necesidades intelectuales y espirituales, el surgimiento también de múltiples interrogantes y la donación generosa de una pértiga fuerte y especialmente flexible para aventurar nuevos ascensos. Ya decía Jorge Luis Borges, que a diferencia del arado que era una extensión del brazo o del teléfono que era una prolongación del oído, el libro era una extensión de la memoria y evoco ahora muchos libros que me han puesto en contacto con la cultura como memoria no  hereditaria de la humanidad, al decir de Lotman.

¿De dónde nació mi entusiasmo por la literatura? El hombre es un ser bio-psico-social, por eso quizás exista alguna predisposición, pero también hay de adquirido, y es a la vilipendiada escuela a quien básicamente se lo debo, a aquella maestra de tercer grado que me llevó a representar un 28 de enero en un acto escolar al padre de Pilar, la niña solidaria y compasiva de “Los zapaticos de rosa” de José Martí. Es, pues, La Edad de Oro, mi primer acercamiento a la literatura. Continuó en el preuniversitario con una maestra dulce y conciliadora que enseñaba con pasión. Ya en la universidad tuve excelentes profesores de literatura y también mediocres, mas todo es necesario, todo deviene instrumento de nuestro destino.
Pero también le debo a “accidentes” familiares como aquel día en que se abrió el viejo y bien resguardado baúl del bisabuelo español muerto a los 99 años, cuando la familia se llevó a su antojo las cosas que contenía, allí en el fondo, me esperaba, casi me sonreía, un antiguo diccionario ilustrado, ese fue mi segundo gran descubrimiento.

Los libros que han tocado mi espíritu

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A partir de allí empezó a crecer mi “biblioteca” que también ha sufrido muchas rapiñas, mudanzas y discusiones sobre su presencia, hasta que llegó en mi auxilio el argumento incuestionable de aquella frase: Una habitación sin libros es como un cuerpo sin alma. Y ya nunca más hubo objeción. Poco a poco fueron convirtiéndose en queridos familiares. Hice mío entonces aquel poema de Borges:

“Hay quienes no pueden imaginar un mundo sin pájaros; hay quienes no pueden imaginar un mundo sin agua, en lo que a mí se refiere soy incapaz de imaginar un mundo sin libros”

He leído al margen de cualquier intolerancia y reducción ideo-estética. Muchos libros de una manera u otra han tocado mi espíritu, su impacto ha sido confluencia de diversos factores personales y sociales. Especial fuerza revitalizadora me dieron en mi juventud Así se templó el acero de Nikolái Ostrovski, El primer maestro de Chinguiz Aimátov, El destino de un hombre de Mijaíl Sholojov. Una gran emoción sentí con El Tábano de Ethel Voynich; Cumbres borrascosas de Emily Brontë o  El pequeño príncipe de Saint−Exupéry. Mucho me divertí al leer de Mark Twain  Las aventuras de Tom Sawyer y su secuela Las aventuras de Huckleberry Finn, o Pipa medias largas de Astrid Lindgren; Decadencia y caída de casi todo el mundo de Will Cuppy o  Decameron de Bocaccio.

La posibilidad que nos brinda la poesía

El poeta cubano Roberto Manzano, cuya obra admiro profundamente, afirmó en su poema “La insólita presencia” que: “La poesía no es la vida, pero es su más honda cisterna/, su museo más extenso y su atalaya más alta”; celebro el haber leído a los poetas del Renacimiento y Barroco español; a Walt Whitman, José Martí, Rabindranath Tagore, Antonio Machado, León Felipe, Federico García Lorca; Nicolás Guillén; Emilio Ballagas; Miguel Hernández; Jorge Luis Borges; T. S. Eliot, Anna Ajmatova; Fina García Marruz, Eliseo Diego, Dulce María Loynaz, los haikus japoneses… La poesía me ha dado la posibilidad de mirar más allá de los límites corrientes de la observación cotidiana.

Un acercamiento a otras obras literarias imprescindibles

Agradezco profundamente el conocimiento de mundos y conflictos humanos que me aproximaron a obras como la epopeya Ilíada de Homero; las tragedias Edipo Rey y Antígona de Sófocles; Medea de Eurípides; Hamlet de William Shakespeare; los dramas Tres hermanas de Antón Chejov; Casa de muñecas de Henrik Ibsen, Madre Coraje de Bertolt Brecht o Seis personajes en busca de un autor de Luigi Pirandello; los cuentos de Onelio Jorge Cardoso y Horacio Quiroga; novelas como Papá Goriot de Balzac; El rojo y el negro de Sthendal;  Ana Karénina de León Tolstoi; El sabueso de los Baskerville de Arthur Conan Doyle; El asesinato de Roger Ackroyd de Agatha Christie;  El reino de este mundo de Alejo Carpentier; El señor presidente de Miguel Ángel Asturias; Bomarzo de Manuel Mujica Láinez; Pedro Páramo de Juan Rulfo; Los Idus de Marzo de Thornton Wilder; El vasto mar de los Sargazos de Jean Rhys; Gabriela, clavo y canela de Jorge Amado; La Tregua de Mario Benedetti; Como agua para chocolate de Laura Esquivel; Yo, Tituba, Bruja Negra de Salem, de Maryse Condé; El color púrpura de Alice Walker; El nombre de la rosa de Umberto Eco; La sonrisa etrusca de José Luis Sampedro; Ella escribía poscrítica de Margarita Mateo; Ironweed de William Kennedy; A la sombra del Granado de Tarig Alí; o El abanico de seda de Lisa See.

Finalmente, si me atengo a la confluencia de los mitos de Orfeo, Filoctectes y Prometeo; el primero en su significado de restitución espiritual; el segundo de equilibrio vital y el tercero en su sentido de donador, de suministrador de información y luz intelectual, esta amalgama la encontré en tres obras que me acompañan: El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes  Saavedra; Cien años de soledad de Gabriel García Márquez y el conjunto de la obra de Eduardo Galeano, especialmente Memorias del fuego, El libro de los abrazos y Espejos…

Y estoy consciente de que toda elección es también un maltrato, pero la travesía, gracias a Dios, aún continúa…

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