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Relaciones en la escritura: el autor y su ilustrador

“No juzgues un libro por su cubierta”, reza un proverbio popular… pero sí lo juzgamos. Consciente o inconscientemente, cuando vemos un título cuya portada no nos atrae o francamente nos desagrada, pues no lo compramos. Y puede que el libro en sí sea maravilloso, puede incluso que —si hubieras decidido llevártelo del estante pese a tu rechazo inicial— hubiera cambiado tu historia como lector. Pero muchas veces “el amor entra por los ojos”, dice nuevamente la sabiduría del pueblo, y aunque no sea una generalidad, lo cierto es que una cubierta marca el primer instante, el más vital momento en que un lector se encuentra con un libro y decide adoptarlo o no.

La cara del libro: la labor del ilustrador

relación autor e ilustrador

En pocas palabras, acabo de expresarte todo el contenido de este artículo, que en sucesivas verdades intentaré ampliar. De ahí que la relación entre un autor y su ilustrador sea no solo capital, sino indispensable. Puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que la labor del ilustrador no es solo la cara del libro sino que también determina buena parte de la relación que establecerá el lector con este objeto artístico.

Como autora siempre he sido meticulosa —casi obsesiva— a la hora de elegir ilustrador. Si la editorial no puede procurarme uno que sea de mi agrado, pues me lo procuro y lo presento al catálogo: esta alianza no solo resultará de mi provecho sino también será de beneficio para el ilustrador y el reconocimiento de su obra. Una vez más, las redes sociales han sido un muestrario, una galería de imágenes en las que los ilustradores del mundo han comenzado a exhibir sus particulares modos de concebir el arte, sus habilidades técnicas y su estilo.

El ilustrador en las redes sociales

En las redes sociales he encontrado la obra de fotógrafos, artistas visuales e ilustradores que he sentido cercanas a la poética específica de uno de mis libros. Para eso, el escritor debe concentrarse en tener un rol activo, un rol de búsqueda, de indagación y de conocimiento de su propia obra, y también —por qué no— tener en mente una imagen comercial que relacione las imágenes de un artista con la obra literaria, de forma tal que el libro venda y sea atractivo a los lectores.

No se trata solo de una actividad netamente comercial —aunque también lo es— sino de promoción, de beneficio del libro como objeto y arte final. La ecuación es simple: si un libro no se vende, jamás será leído. Y eso va más allá de royalties yadelantos de derechos, y habla en un idioma que no es puramente económico.

Transformando las palabras en imágenes

ilustrador

El escritor debe tener cierta experiencia visual empírica para elegir a cabalidad la obra de un artista que sustente la poética de un libro. No es solo una cuestión de gusto personal ni se trata de que intentes ayudar a que un amigo ilustrador progrese; el hecho es que el libro —realidad pura y dura— se venderá (o no) solo.

Una vez que, como autor, hayas elegido o encontrado a tu ilustrador, al artista visual con el que colaborarás —ya sea que el encuentro haya sucedido por intermedio de un editor, una editorial, una recomendación de amigos, por tu propia búsqueda personal—, entonces tendrás de tu lado a un estratega que transformará tus palabras en imágenes, en un lenguaje creativo que no precisa de otras herramientas que no sean las del ejercicio de su libertad de interpretación de tu obra, y la concreción de esta interpretación en un producto artístico.

La cubierta y las ilustraciones interiores del libro

Tan importante es la cubierta como las imágenes interiores del libro: hay que pensarlas como un todo. Si tienes la suerte de trabajar con tu ilustrador y en un espacio de diálogo franco, podrás entonces ir asistiendo al nacimiento de la poética visual de las palabras que tú mismo creaste. Es cierto que muchas veces la magia de estas ilustraciones, de esta cubierta largamente planificada y soñada, se vuelve opaca al contrastar la calidad de impresión, pero soy de las que creen que, aun con trabas, si la obra visual es buena dejará un buen sabor de boca en el potencial lector que se acerque a ella.

La libertad creativa del ilustrador

Como escritora, te invito a que confíes a tus ilustradores no solo lo básico —dígase el libro con el que va directamente a trabajar— sino cualquier otro tipo de impresiones que conserves: el material visual del que te nutriste, tus referentes vinculados a una obra determinada y que, sin coartar la libertad creativa del ilustrador, le develes también qué te gustaría ver reflejado en la cubierta y los interiores del libro. Luego, este es también un proceso en el que debes confiar, sobre todo si se trata de un ilustrador cuya obra admiras y respetas: puede que él o ella tenga una visión sobre tu libro que tú no hayas concebido y que resulte en mayor provecho del resultado final.

Un espacio de diálogo entre el autor y el artista visual

No temas rechazar las propuestas que un ilustrador te muestre si estas no resultan de tu agrado. Concebir un espacio de diálogo entre tu especialidad y la del artista visual te permitirá tener una especie de “laboratorio” creativo en el que ambos puedan explorar mejor qué desean ver reflejado al final del proceso.

Francamente decepcionantes resultan las editoriales —sí, me ha sucedido— que han publicado uno de mis libros sin consultarme las ilustraciones: son esos títulos que prefiero olvidar pues siento que parte indispensable del proceso —en el que como autora no tengo un rol activo, pero tampoco un rol pasivo, ya que permanezco al lado del ilustrador— ha sido coartado en su naturaleza.

Los libros para los niños y los jóvenes

Aunque la visualidad de todos los libros es indispensable, presto siempre una especial atención a los dedicados a los niños y los jóvenes. Estos son francamente susceptibles a ser desechados si las cubiertas no resultan atractivas. Y los rechazan no solo los padres, sino fundamentalmente los pequeños lectores. Dolor mayor que ese no hay para un libro, ni para un autor o un ilustrador.

El rol del ilustrador en la creación de un libro comercial

Es hora de que paremos de mirar de reojo a los libros que no solo pretenden ser de buena calidad literaria sino, también, productos comerciales sustentables para el autor y además para la editorial que apuesta por un título determinado.

Un libro comercial no es sinónimo de abaratamiento creativo ni concesiones literarias, y quien cree esto tiene un rango de miras muy marcado por lo regional y lo simplista. Es preciso apostar por bazas de triunfo que se apoyen en la calidad de la escritura, pero también en la calidad del libro como objeto, proceso en el cual el ilustrador juega uno de los más importantes papeles.

Las relaciones del autor con la experiencia creativa de otros oficios del mundo editorial tienen mucha pluralidad y, en un próximo artículo, prometo abordar otra de estas alianzas indispensables que, muchas veces, olvidamos o suprimimos; alianzas que, transformadas en un verdadero laboratorio de ideas, cambiarán no solo tu visión del mundo editorial sino también la vida lectora de quienes siguen tu obra.

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