Petrushka

Petrushka: historia de un amor que salva

Eldys Baratute.

Como sucede en Petrushka, adaptar a la literatura cualquiera de las otras manifestaciones del arte es, definitivamente, una tarea difícil. Traducir el lenguaje escénico (desde el teatro, la danza o el ballet), el audiovisual o el de las artes visuales, al literario, conlleva manejar otros códigos, trasmitir solo con la palabra emociones, imágenes, que desde las otras artes se transmiten con el movimiento, la gestualidad, el color. Será por eso que en la mayoría de los casos el proceso es a la inversa y se toma al texto escrito como plataforma original para versionar o adaptar cualquier otra manifestación artística.

Petrushka: la historia de un ballet

Petrushka: la historia de un ballet


Petrushka es un ballet en un acto y cuatro escenas. Con coreografía de Michel Fokine, música de Ígor Stravinski, libreto de Stravinski y Alexandre Benois, y decorados y vestuario también de Alexandre Benois. Fue estrenado en París en 1911 bajo la dirección musical de Pierre Monteux. El ballet cuenta la historia de una marioneta tradicional rusa, de paja y serrín, de carácter bufo y burlón, lo que en el mundo latino equivaldría al Polichinela, que cobra vida y desarrolla la capacidad de sentir, elemento que el autor aprovecha para recrear una historia de amor y desesperanza que cautivará a los lectores de cualquier edad.

El Petrushka de José Raúl Fraguela

El Petrushka de José Raúl Fraguela


En el Petrushka de Fraguela se pretende, desde el comienzo, crear un ambiente sonoro muy similar al del ballet, teniendo en cuenta la importancia de la música dentro de esta manifestación de las artes escénicas, por eso el autor describe detalladamente el entorno: el ruido de los vendedores ambulantes con su pregón, el zumbido de la falda de las señores que se encuentran en la plaza del mercado, los organilleros, la música, el carnaval, unido a la combinación de colores y el vestuario trasmiten intencionalmente la misma sensación de los espectadores en el momento en el que se descorre el telón del teatro y comienza la función.

El triángulo amoroso de la historia

El clásico triángulo amoroso aparece como protagonista de esta historia. De un lado el Moro, el galán hermoso, de mirada expresiva, una especie de conquistador. En el centro la bailarina frágil, orgullosa, quizás demasiado superficial, y en la otra esquina Petrushka, el muñeco torpe, construido con telas de colores, paja y serrín, que ama con locura a la bailarina y que sufre porque ella lo desprecia. Los tres, al centro de un teatrino, entretienen a los que, embrujados por la historia, se olvidan de sus compras, detienen el paso y se quedan junto a ellos.

El poder del arte para conquistar a los públicos

He aquí dos elementos a tener en cuenta. Primero el autor juega con otra de las manifestaciones del arte: el teatro, y sus personajes son títeres, marionetas que, aunque pujan por tener vida otra, los “mueven” quizás otros esquemas que rigen las sociedades. Y segundo, sigue prevaleciendo el poder del arte, para conquistar a los públicos, no importa en el espacio privado o público en que se encuentren los espectadores.
Dos historias se desarrollan dentro de Petrushka, la que los espectadores pueden ver en el teatrino y que provoca la risa de muchos mientras disfrutan las torpezas del muñeco de paja, y la que ocurre detrás de la escena, lejos de la mirada indiscreta de los transeúntes, en la que el muñeco de paja padece por el amor de una bailarina que ni siquiera se percata de su presencia.

Un final inesperado


Con un homenaje evidente al personaje de Pinocho, de Carlo Collodi, José Raúl Fraguela logra construir una historia que se aleja de adoctrinamientos y lugares cubanos. Al final no es exactamente el amor el que triunfa, como nos tienen acostumbrados la mayoría de los textos escritos para este público. El cuento se acerca más a una tragedia. Aunque, de cierta forma, el amor también gana, porque en la última escena (y por qué no pudiera terminar también así el ballet), antes de que cierre el telón, uno descubre un botón de rosa latiendo en el corazón de un muñeco de paja.
Esa, en definitiva, es una muestra de que incluso, en las historias más tristes, el amor también salva.

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