Intentaré responder la pregunta desde mi particular punto de vista. Es un tema abordado antes por varios autores, y desde hace mucho tiempo se debate la misma interrogante. Para no repetir lo que ya se ha dicho, me ceñiré, repito, a lo que pienso al respecto, sin intentar ejemplificar con nombres específicos. Empiezo por contar que no estoy acostumbrada a “ver vivir de la Literatura”.
He conocido, por fortuna, a muchos artistas cuyo talento fue escribir. Poetas, cuentistas, novelistas, dramaturgos, ensayistas y críticos, amistades de mis padres, pueblan mis recuerdos infantiles, y, en la misma cuerda, la inmensa mayoría de quienes me visitan, y cuya amistad me enorgullece, se dedica a cultivar esas vertientes artísticas, de manera que puedo dar fe de la escualidez financiera que habitualmente propicia el acto de escribir, aun cuando a dicha acción (considerada como la más solitaria entre todo el ejercicio del arte), le sigan dos procesos sin los cuales no sería posible leer: promoción y comercialización de la obra.
Un segundo oficio más allá de escribir literatura
Debido a múltiples factores, no es posible o es dificilísimo (para no absolutizar) vivir de la literatura en términos de obtención de ganancias metálicas. En otras palabras: No se suele escribir por dinero. No solo porque se involucrarían aspectos morales en muchos casos, sino porque en la práctica, lo que se obtiene no es suficiente. Así, todos nos dedicamos “a otra cosa”, la inmensa mayoría de nosotros desempeña un segundo oficio. Editar, enseñar, traducir, impartir conferencias, conducir espacios culturales, reportar noticias, filmar, u otras labores, ayudan a los escritores a sobrevivir, sin renunciar a lo que más placer les proporciona. Todo ello integra el mundo pragmático.
La literatura como deleite del alma
En el plano espiritual, la respuesta sería Sí. Dedicarse a la literatura no tiene ninguna relación con la vulgar vida cotidiana, sino más bien es un refugio donde ocultarse de lo pedestre, de lo inmediato. Se vive de la literatura, con ella, por ella, y en el caso de quienes la construyen, gracias a ella. El universo paralelo, mágico e inescrutable que se forma entre el creador/a y su obra, constituye una suerte de clímax, de goce supremo, es un universo donde no hay cabida para lo prosaico. Y es justamente ese deleite del alma lo que explica que a pesar de todo, no se extinga nunca la creación literaria.
La dicha de un buen libro entre las manos
El enriquecimiento espiritual supera cualquier escollo, si el contexto lo permite. Los lectores habituales, por ejemplo, no concebimos el mundo sin la dicha de un buen libro con nosotros. Los escritores/as tampoco. Volcarse hacia una página, exorcizarse, permitir que todo aquello que nos duele se transforme, se transfigure, se convierta en un producto cultural, no exige a cambio una recompensa monetaria, sino el puro placer de compartirse.
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