Por
Enid Vian
El que escribe para las primeras
edades del hombre debe tener en cuenta algunas interrogantes. ¿Cómo poner en
palabras sencillas, con recursos y
estructuras descifrables, con
flexibilidad, belleza, inteligencia y
humor suficientes, episodios esenciales de la vida del hombre y la sociedad modernos, inmersos en la incertidumbre y la sobrevivencia, en crisis foráneas y propias, en la violencia,
las guerras y los cambios de todo tipo? Todo ello influye en el comportamiento de la
familia, el individuo y la sociedad, y se revierte en influencia también para
los más jóvenes.
El adulto es un paradigma para los
niños; pero el adulto está sujeto a sus circunstancias, que, en cierta medida,
lo modelan a él. Y este círculo vicioso de interinfluencias –y otras muchas, incluidas las lecturas, la
escuela, los medios– no se pueden ignorar ni minimizar sus huellas.
La representación de la realidad en la
literatura infantil
Por otra parte, ¿cómo ajustarse a una
experiencia limitada del entorno y la sociedad, por el tiempo breve que llevan
sobre la tierra los niños, teniendo en cuenta, además, variedad de intereses,
gustos y psicología? ¿Cómo medir la dosis y la forma en que se deben abordar
ciertos temas que, aunque los más conservadores quieran ocultar o suprimir de
la vida, son parte de nuestra realidad disímil y rica?
¿Habrá que mostrarles una y otra
vez experiencias crueles y violentas a los niños
–que las hay de sobra en este mundo—sin dosis alguna, aun corriendo el
peligro de contribuir a hacerles creer que solo eso es el
modelo del mundo, que la conducta violenta, el interés desmedido, el
egoísmo llevado a su máxima expresión son
legítimos y apropiados?
La precisión y el cuidado en el
lenguaje
Además, ¿todos los niños maduran al
mismo tiempo? ¿Todos tienen padres que se ocupan de que cultiven su intelecto?
¿Entre la deformación de la violencia televisiva y callejera, y la educación,
tanto paterna como escolar, hay, en todos los casos, oposición o contraste a favor de la educación
interior, espiritual y sana? Si a esas
edades los niños están adquiriendo vocabulario, fijando estilos y formas de
hablar, ¿cuán precisos y cuidadosos debemos ser con el lenguaje sin ser ni
artificiosos ni aburridos?
La literatura para niños y jóvenes debe
mirarse como un ejercicio literario
especial, sin subestimación ni sobreestimación del destinatario; si se quiere
suscitar interés, y, por supuesto, ser leído, que es el supremo fin de algo
escrito.
Sin dudas un buen libro no es el que
se queda en los estantes de las librerías –aunque hay notables casos de buenos
libros no apreciados por las mayorías–, un buen libro no es el que se lee una vez
y se desecha, un buen libro es para siempre, para sobrevivir las tendencias epocales,
a causa de su esencialidad, y su capacidad para dar disfrute tanto estético
como intelectual.