Aun reconociendo que siempre la poesía es algo más de lo que nos proponemos por medio de su resonancia psíquica, sensible y metafísica, su finalidad se extiende hacia latitudes que ni siquiera nuestro espíritu logra descifrar. Aceptemos que todo libro parte de una tesis central o de sucintas ideas medulares, pero que en silencio, pretende allanar el camino de la comprensión cuando consigue la propositividad heterológica.
En este caso, La acrobacia del salmón, como un poemario ansioso de meandros, no descarta la existencia de un cause fundamental pero, en torno a este eje o afluencia centrípeta, gravitan también otros grandes asuntos o campos temáticos que le dan una unidad conceptual y le atomizan el sentido casi a un rango cuántico.
El hombre no rige su destino aunque le hace modificaciones parciales. Su voluntad, que puede ser también su terquedad, lo empuja hacia horizontes que amplifican su existencia, pero que no modifican la hipertelia marcada por las causas de causas, mapa sideral, guión prefijado, Samsara, codificación matemática de nuestros pasos. Por eso celebro el heroísmo estoico del salmón. A contracorriente, obedece al destino pero emprende esta marcha que le impone y exige una épica singular, una argucia cargada de sorprendentes vicisitudes, una esgrima entre el guión prefijado por los dioses ¿el destino?, y lo aleatorio de su puesta en escena. Vivir implica un reacomodo a perpetuidad que se teje entre dos aguas: obediencia y rebeldía, o lo que es lo mismo, aceptar el llamado teleológico y provocar la azarosa eventualidad, aquilatar el factor del cambio.
El extraordinario oficio del poeta
Hay un mundo otro, no percibido, apenas insinuado a través de los muy bajos y altos registros. Nosotros somos, si acaso, roedores intermedios. Lo invisible, lo mistérico que aflora a partir de la intuición poética – ese tercer brazo de las cosas- exige de alguna esgrima virtuosa para alcanzarlo, de sublime excitación para dejarse tentar y consolidar cercanías.
Nosotros, el hombre, esa hormiga sideral, opera inconsciente, apenas a tientas, apenas sospecha ese magma fecundo. Lo intuye, lo intenta desgranar pero se le escapa con esa vertiginosidad imposible de comprender por medio de nuestra consciencia. A la vez se trata de una información que se pone en evidencia, que se insinúa en señales, atisbos, minucias, sutiles destellos, epifánicos susurros, sueños, pero que solamente toca a la puerta de quienes saben mirar con la más profunda inocencia. Diría que corresponde al poeta, de entre todos los guerreros de la tribu humana, perseguir en cacería tortuosa estos remanentes fantasmagóricos, estas súbitas alocuciones, estos saltos cuánticos que, cual felinos espantados, nos desordenan la psiquis pero que engrandecen nuestra curiosidad, proveyendo de mejor sentido y mutabilidad la evolución cognitiva de la especie.
Un enfoque hacia la felicidad
Estamos demasiados atolondrados por el pasado, imbuidos por los registros históricos, cuando deberíamos enfatizar nuestra avidía en los registros akáshicos, en los campos morfogenéticos. Hay una abrumación de datos estorbosos en nuestra mente, atiborrada por una epicidad pretérita, por un espíritu prometeico y competitivo que, calcificado, ya empieza a entrar en desuso y a dejar un lastre petrificador. La historia de la alegría y de la paz interior del hombre no han sido bien contadas. Toda forma de representación artística, teatral o literaria, apenas enfatiza los dramas y tragedias universales. Pareciera como si hubiésemos venido a este plano de existencia a excitar el dolor y el thanatos, y no a consolidar un plan de gracia cósmica enfocado hacia el placer, la felicidad, lo brioso de caminar con vigor sin necesidad de dejar la huella acuñada por la sangre.
El propósito subliminal del libro
Creo que La acrobacia del salmón, es un reclamo de Update social, un ansiolítico civilizatorio. Este poemario aspira y plantea un borrón y cuenta nueva, un desechar los lastres y taras secularizadas por la memoria y el sentimiento trágico de la vida. Sugiere además, aprender a vivir planteándose metas, pero aprendiendo a fluir a merced de la deriva cósmica, navegando sin soltar el remo, pero dispuesto a redimir nuestra consciencia de todo lo que nos oprime, llámese el poder, la historia, los tabúes o los límites que impusieron nuestros ingenieros biológicos. En ese salto vertiginoso, en esa acrobacia desmedida y a contracorriente típica del salmón, se resume una parábola humana a favor de la excelencia. Allí, sutilmente manifiesta y a la vez en acción vertiginosa, reside la verdadera redención del ser, la develación del gran secreto, una maniobra libertaria de impecable tesón donde hacemos link, donde nos religamos inmersos en los predios de un proyecto galáctico mayor que apenas recientemente, se nos insinúa.
Que seamos una especie desdichada, lo demuestran disímiles y tortuosos desaciertos, incluso, el gravamen que destila nuestra ansiedad poética, versificar la nada, urdir con suave rumor la tan ansiada dicha.
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