Cada escritor tiene su propia fórmula para escribir poesía; porque como todo lo abstracto, lo hermoso y lo artístico, surge espontáneamente y siempre trasciende de los límites que nos imponemos. El poeta, que es también considerado un artista de las letras, crea sin mesura; vive y experimenta con su obra; se sensibiliza; se enamora; se regocija con cada palabra que escribe. A aquellos que comienzan a adentrarse en el mundo lírico y apasionante de la poesía, esta receta los ayudará a comprender mejor la delicada tarea a la que se enfrentan y les mostrará la manera espontánea y feroz en que nacen las ideas.
I
Escribe el poema, ¡guárdalo!
Con cuidado
ponlo en una gaveta
entre los secretos
que aún no han sido
liberados por el
aire.
Espera a que tus
rizos crezcan,
a que el árbol dé
sus flores y sus
frutos,
y que estos sean
llevados
en hombros al
mercado.
Si te apetece,
consume algunos,
camina entre la gente
y
ayuda a los
hacendosos,
quizás, encuentres
algunas palabras escondidas
mucho más excitantes
para el corazón.
De pronto, un día
cualquiera, ve
al inefable sitio
y del mismo modo que
lo entraste,
sácalo.
Después, en voz baja,
léelo:
los escombros
sobrantes
saltarán a tus oídos
y tus ojos.
Táchalos, rómpelos,
bótalos sin
piedad.
Verás cómo las viejas
palabras usadas por ti
renacen ordenadas y
nuevas como un templo.
Y ya está:
el poema es un oasis
rodeado
de muchas fuentes…
II
Hay poemas que tienen
techo de palacio
y presienten el abismo
bajo sus pies.
Otros que tienen
heridas lujosas
y sangran la savia
interminable de una
luz.
Lenguajes que tienen
catástrofe
y a la vez son
celestes como los ángeles
que incendian todo en
donde caen.
Poemas acuáticos que
nadan en la boca
y desbordan las calles
al salir
como esos aguaceros
inesperados y
fatídicos
que en tropel
se precipitan sobre
el alma
una y otra vez.
Poemas con polos
opuestos que repelen
a la vida con su
canto
triste y silencioso,
pero puramente
consabidos
como las cítaras que
danzan en el
espíritu.
Poemas que no son más
que la música
inacabada de un
lenguaje
donde el amor se yergue
como un templo.
Ideas donde la tierra
va a parir un árbol
y las palabras corren
despavoridas por la
frente.
Poemas como hormigas
que en la migaja
desolada
escuchan el paso de
una tempestad.
Y poemas donde la
esperanza y el perdón
están cosidos a todas
las ventanas
abiertas del planeta.
Por Aldo Sánchez
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