Mario Brito tiene los pies sobre la tierra, los sueños cargados de viento y el corazón golpeado por el mar. Brito es un hombre feliz, tanto que ha logrado dibujar sobre las hojas el gesto de ese acto impostergable que todos llamamos amor. Ha logrado, con la ingenuidad propia de su niñez, aún húmeda por las lluvias, y con el desenfado de su indudable cubanía, dibujar con trazos claros y legibles nuestras fantasías sexuales, porque quién como él, en un momento de su vida, no ha soñado tener entre sus piernas aquella exótica muchacha que una tarde un buen Dios nos puso en el camino.
Este pequeño hombre que hace más de cuatro lunas nombré mi amigo, fuera de referencias epocales y como un gran poeta lírico –que no lo es- pasa, en toda su narrativa, compuesta, entre otros, por los libros En torno al equilibrio, Fuegos fatuos, Dile al corazón que ame en voz baja, Ríos de primavera, No puede estar rasbalidizo, La tierra del cebú y Había una ventana, a la primera persona del plural para invocar un nosotros que se identifica con toda una generación, y fuera de todo juego y desde un ambiguo cuarto cantar de forma descarnada a uno de los ejercicios más antiguos que aún ejerce la raza humana, el erotismo, y al estilo de los Dardanelos, relatar sus epopeyas heroicas sobre el altar irrespetuoso de una mujer, como lo relata en el cuento Encerrado, perteneciente al libro Fuegos fatuos, cito: «Arráncalo, dice ella y le empieza a saltar uno a uno los botones, y ellos a volar contra sus senos y su ombligo y a desparramarse tintineando en todas partes; mientras las manos continúan turbadas con la hebilla, como demorando la penitencia».
El discurso filosófico y revelador de Mario Brito
Pero a mi amigo, a pesar del paso indetenible del tiempo y no obstante del salitre sobre su piel, también le fluye el discurso filosófico del que no todos podemos escapar; discurso revelador, que nos lleva de la mano por senderos del recuerdo, porque aquí, en cada libro, el sentimiento y los hechos han tomado la palabra y es su propio fluir quien asume el protagonismo.
Para proponer una reflexión desde adentro, desde los intersticios y recovecos de cada escenario, aparecen estos libros íntimos, atemporales, escritos con esa savia múltiple y, a la vez contradictoria, de que se nutren las relaciones interpersonales, la vida en su constante fluir.
Una obra sin espejismos
Sugiero no detenerse frente a estos libros y sí abrirlos y navegar entre sus páginas para que puedan apreciar que Brito no se cansa, que todavía le queda un brazo que se levanta cuando parece que va a hundirse y su lenguaje y elocuencia nacen y resisten cada vez en sí mismo, y nos hace sujetarnos los ojos, entender la vida, que en silencio o entre los sueños y la pared, brota de su cuerpo. Así nos percatamos que siempre es el último en acostarse, que a pesar del frío apaga la luz. Nos damos cuenta de un juego o rompecabezas de palabras que nos hacen sentir, pensar, imaginar también que sus historias nos pertenecen porque formamos parte de ellas, que se balancea mientras mira las estrellas y nos cuenta sus sueños y frustraciones, que, finalmente y para el bien de todos, aún es un hombre feliz.
Estamos en presencia de una obra que sin espejismos nos cifra las relaciones sexuales, la felicidad, la envidia y, como último recurso, la venganza de los que no entienden ni aceptan a los que buscan una ilusión.
Estos libros, en su interior, están llenos de confesiones; por eso les dedico un aplauso, porque estoy seguro que después del mar, se encuentra un loco, un loco que más allá de su oficio aprendió a construir utopías y hoy vive con los pies sobre la tierra.
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