Alberto Garrido

Cuando escribo poesía, no me importa ninguna otra cosa debajo del sol

Lourdes de Armas.

Alberto Garrido Rodríguez, (Santiago de Cuba, 1966) es poeta, narrador y ensayista. Por su prolífica y sostenida obra literaria ha alcanzado importantes premios y reconocimientos en Cuba y en el extranjero, como el Casa de las Américas,  Casa de Teatro (novela, cuento, poesía) por solo mencionar algunos.   Su obra ha sido objeto de estudio de importantes voces de la crítica especializada. Es considerado uno de los autores más destacado de la isla. Además de su licenciatura en literatura y español, es licenciado en estudios Bíblicos y teológicos. 

Hoy dialogamos con Alberto Garrido, quien desde Santo Domingo nos concedió amablemente la oportunidad de esta profunda y sincera conversación. 

Es un autor genuino como lo es su obra. Lo enfurece la injusticia y la capacidad de aplastar que tienen los poderosos a los que no tienen voz.

Recientemente saldrá a la luz por la editorial D’ McPherson una nueva edición de sus obras: El muro de las lamentaciones (Premio Casa de las Américas) y Carne de mi carne. 

Agradezco la prontitud de sus respuestas y el tiempo dedicado.  

¿Recuerdas el primer texto que escribiste? ¿Cuál fue tu primera publicación? Háblanos de tus obras publicadas y premios. 

Tenía nueve años y escribí un poema para mi madre. No recuerdo si fue antes o después de una enfermedad que me mantuvo en cama, sin poder caminar, durante seis meses. En esa época leí El conde de Montecristi, que fue el libro que más me influyó en la infancia, junto con Huck Finn. Hace poco volví a leer Huck y me pareció mejor.

No recuerdo que fue lo primero que publiqué. Algún poema en algún plegable del taller literario José María Heredia, posiblemente, en mi natal Santiago. Pero mi primer libro publicado en realidad fue el segundo que escribí, el poemario Siglos después de las fraguas de Vulcano, que había ganado el premio Heredia en 1989. Un año antes había terminado El otro viento del cristal, finalista del Casa de las Américas 1988. Lo había enviado a ese concurso porque había muchos cuentos contra la guerra y pensaba que jamás me premiarían en un concurso nacional. 

Ha corrido mucha agua y se han escrito muchas páginas. Dieciocho libros publicados. Los que han sido más buscados por los lectores han sido las novelas La leve gracia de los desnudos y El círculo de los infieles, los poemarios Sueños sobre la piedra, El leopardo en la casa de Dios y La hora de despertarnos juntos y el libro de cuentos El muro de las lamentaciones. También han sido muy elogiados por los críticos. Recientemente el ensayo La gloria de la cruz está teniendo un selectivo grupo de buenos lectores por Amazon. Me asombra encontrarme por las redes a lectores que tienen algunos de estos textos como libros de cabecera. La leve gracia de los desnudos y El círculo de los infieles también se pueden encontrar en Amazon, por ediciones Adalba y Editorial Hypermedia. Y pronto habrá otras sorpresas.

He sido muy afortunado con los premios, me han permitido publicar la mayoría de mis libros. Y lo digo así, porque soy un vago habitual de la literatura, no solo al escribir, sino al enviar a concursos (mis amigos Guillermo Vidal y Carlos Esquivel me acusaron y acusarán de estos pecados, pero Guillermo era un curiel literario y Carlos ni se diga, así que no han tenido ningún derecho). Como le dije a alguien que me insultó no hace mucho por defender un reciente premio de un amigo, tengo poca experiencia en perder concursos. Parece una orgullosa declaración, pero es la simple verdad: he tenido la gracia de Dios obrando a mi favor. Para mí, la literatura es una amante que va y viene y yo también voy a ella y le huyo. He intentado dejar de escribir porque en algunos momentos de mi vida creo que hay cosas más importantes, pero Dios y la literatura, al parecer, piensan otra cosa, porque quiéralo o no, siempre vuelvo a esta maldita bendición. Sé que debería ser un sacerdocio, pero yo solo soy un pobre pastor de palabras.

Así que resumo los premios, los que recuerdo, por los que no debería ser juzgada la obra de ningún autor, pero que están ahí, gústeles o no a mis detractores: tres veces el premio José María Heredia (dos en cuento, una en poesía); tres veces el premio internacional Casa de Teatro (novela, cuento, poesía), premio La Gaceta de Cuba y premio Beca de Creación Literaria de La Gaceta, premio Cucalambé de décima, premio de novela erótica La llama doble, premio de la Crítica Literaria a los diez mejores libros del año y premio Casa de las Américas de cuento. 

Eres poeta, narrador y ensayista ¿Cómo asumes cada uno de estos géneros literarios? ¿Hay influencia de uno sobre otro? ¿En cuál te sientes más cómodo? ¿Tienes preferencia por alguno? ¿Cuál?

Todo mezclado. Cada vez que intento teorizar o definir, negar o afirmar, al poco tiempo meto la pata y algo cambia. Una vez dije que nunca escribiría décimas y no solo lo hice, sino que el libro salió como un río, en un solo mes, y ha sido uno de los poemarios más influyentes para los jóvenes decimistas del país. En otra ocasión dije que jamás volvería a escribir y salieron como diez libros después. En otra, sostuve que la narrativa se puede escribir frente a la máquina o el ordenador, pero la poesía solo a mano, y a principios de este año escribí mi último poemario en el block de notas de mi celular, mientras viajaba en Metro hacia la universidad. 

Por supuesto, no me siento cómodo en ningún género; escribir es intolerablemente difícil: suele lucir como un parto o como un crimen; escribir es un estado de desesperación, una angustia y una fiesta. Sobre todo, es una fiesta cuando uno reescribe. Me gusta más reescribir que escribir.

La poesía es misterio. Lo poético (eso que no se puede definir), debe precisar, sin embargo, todo lo que escribamos: el verso, la prosa, el ensayo, son solo ropajes que le ponemos para poder otear el territorio de la poesía, terra incognita, con nuestro limitado surtido de palabras. Como ensayista, solo soy un apasionado deudor que expresa su gratitud ante libros, autores y personas. De ahí que mis ensayos sean sobre escritores muertos que me han dejado una huella como lector, o de amigos vivos que aparte de ser amigos creo que son muy buenos escritores. Mis dos últimos ensayos son teológicos y hablo del más grande amigo y del mejor autor que conozco: Jesucristo. Como narrador suelo mentirme diciéndome que escribo sobre los otros, como un voyerista que espía en sus habitaciones más íntimas, cuando todos nos quitamos las máscaras y simplemente somos. Y digo que me miento porque en definitiva siempre se está escribiendo sobre uno mismo. Los poemas vienen a mí como esos incendios que nadie sabe quién los provoca y que arrasan todo lo que le rodea. Cuando escribo poesía, en esos pequeños momentos, no me importa ninguna otra cosa debajo del sol; después, soy un tipo común y corriente, lúcido, sin poesía, intrascendente, un lobo estepario. Y eso me gusta, porque sé que soy vencido por algo más grande que yo, que me hace escribir mejor de lo que escribo, aunque no sepa cuándo ni por qué lo hago. Como dijo Angelus Silesius: “La rosa es sin porqué; florece porque florece”. 

¿Cuáles son tus escritores fundamentales, los que en tu opinión han marcado tu obra? ¿Cuáles son tus escritores preferidos?

Son muchos, pero son. La lista sería enorme: los narradores rusos, los poetas españoles de los siglos de oro, los franceses e ingleses del XIX y los norteamericanos del XX, los escritores de la generación perdida y los del boom. Y entre todos ellos, en el cuento Hemingway y Cortázar (que eran inmensamente superiores como cuentistas que como novelistas), Rulfo y Salinger, Katherine Anne Porter y Lino Novás Calvo, Guillermo Vidal y Ray Bradbury, Borges y Virgilio Piñera.  Hay más, muchos más. Creo que la novela que más me ha influenciado es Huck Finn. Y hay novelistas enormes: Carson McCullers, Hammett, Salinger otra vez, Yourcenar, Muller, Balzac, Dostoievsky, Faulkner, Sontag, Vargas Llosa, Camus, Carpentier, Rulfo de nuevo, King, Bolaño, Mishima, Frank McCourt. Y hay más poetas, lo que no entiendo, porque la poesía es la cumbre, y deberían ser menos los leopardos que llegan a la casa de Dios de la literatura: Salomón, Sor Juana, Juan, Quevedo, Escobar, Lorca, Pound, Vallejo, Cernuda, Alcides, Keats, Blake, Eliot, Borges otra vez, Bloy, Anne Carson, Lee Master, Kavafis, Eliseo Diego, Carlos Esquivel, Fina García Marruz, Plath, Reina María Rodríguez, Odette Alonso, Sonia Díaz Corrales. Menciono a poetisas actuales porque mis últimas lecturas importantes han sido fundamentalmente de textos escritos por mujeres de extraordinaria hondura. Y pondría en la lista a muchos directores de cine, cuya visión del arte y de la imagen poética me ha influido tanto como los escritores: Tarkovski, Polanski, Truffaut, Ford, De Sica, Leone, Bergman, Kubrick, Forman, Coppola, Woody Allen, Gutiérrez Alea, Tarantino… Y de los pintores, que me han enseñado tanto como los escritores.

¿Cuál es tu obra más reciente? ¿Estás escribiendo en estos momentos? Cuéntanos sobre tus futuros proyectos editoriales.

Como te dije, terminé un poemario terrible y hermoso (soy un buen padre o un buen dios sobre sus criaturas). Me gusta porque cada poema es una rara mezcla de poesía, cuento y drama en un acto. Por otro lado, casi termino un nuevo libro de cuentos que he tardado mucho en reunir. Redescubrí hace pocos meses una novela que había dejado inconclusa, con más de 200 páginas escritas y que me parece aún mejor que las anteriores. También estoy bosquejando un nuevo ensayo teológico, La gloria de la resurrección, una continuación de La gloria de la cruz. Y estoy muy, muy contento, porque en breve la editorial, que está haciendo realidad su sueño de unir toda la literatura cubana de cualquier lugar del mundo, reeditará El muro de las lamentaciones, mi premio Casa de las Américas que tuvo dos ediciones agotadas, y publicará Carnes de mi carne, una antología de mis poemas líricos y eróticos.

¿Puedes abordar acerca de estas publicaciones?

El muro de las lamentaciones es un viaje de la risa a la tragedia, de lo carnavalesco a los infiernos del hombre. Mereció el Premio Casa de las Américas y después de haber agotado sus primeras ediciones no había querido reeditarlo hasta encontrar una editorial que me hiciera sentir satisfecho. Carnes de mi carne es una celebración de la vida a través de poemas que he escrito en las diferentes estaciones del amor. Como dijo Borges: “El que besa a una mujer es Adán, la mujer es Eva. Todo ocurre siempre por primera vez”.

¿Cómo ha sido tu experiencia con la editorial McPherson,? ¿Qué opinas de este proyecto?

Estoy muy agradecido por el privilegio de poder contarme en el Catálogo de la editorial D’McPherson, que se ha propuesto traspasar horizontes y unir sueños y está creando un catálogo polifónico de altísima calidad estética, con voces multiformes, inquietantes, cuestionadoras, lúdicas. Su profesionalismo y respeto a los autores es ejemplar, el trabajo con los textos es minucioso y el resultado está a la vista: libros que traducen esa hambre de belleza. Pero, por encima de todo, celebro su deseo de no anteponer muros sino de construir puentes. Porque la literatura cubana es una desde cualquier orilla.

Eres licenciado en estudios bíblicos y teológicos. ¿A qué denominación religiosa perteneces? ¿Cuándo aparece el sentimiento religioso en ti? ¿La poesía y la religiosidad convergen en tu obra?

Siempre bromeo con esto: soy presbibauticostal. Por supuesto, eso no existe. Honestamente, no me gusta ponderar estos títulos ni el llamado al campo misionero, que me parece me supera. Tengo una conciencia muy clara de haber estado completamente perdido como la oveja y haber sido hallado. Pero, aunque di mis primeros pasos en la fe en una humilde y hermosa iglesia metodista (allí tuve mi primera madre espiritual: la bibliotecaria Sonia Morell), y luego hice estudios en un seminario bautista y me gradué de un instituto bíblico de teología reformada, soy, un pecador salvado, un seguidor de Cristo, un tipo indigno, pero inconmensurablemente amado, por pura gracia. He examinado todo y retenido lo que considero bueno. Eso que llamas sentimiento religioso surgió de una experiencia avasalladora de la presencia de Dios, que es tan inexplicable como la poesía. Discutía con bríos desde mi ateísmo existencialista, ya que jamás fui marxista, con dos bibliotecarias y en medio de un argumento mío, en contra de la muerte de Cristo en la cruz, Dios simplemente se manifestó. Yo tenía el argumento, pero no podía decirlo, no podía traerlo de mi mente a mi boca. En un segundo entendí que Dios era real. Y quise conocerlo más. Y quiero seguir conociéndolo. Más que un sentimiento religioso, es una comunión personal con el Dios vivo manifestado en Cristo. Hay un texto que me encanta, en Efesios 2:10, que dice que somos hechura suya, creados en Cristo para buenas obras. Esa palabra, hechura, en el original es poema. Somos el poema de Dios. 

¿Cómo estas enfrentando estos momentos de crisis por la situación de la pandemia? ¿Crees que la literatura es un ejercicio paliativo?  ¿Te servirá de trigo para futuras creaciones?

Como todos: este es un año de sobrevida y de sueños rotos. Un año espantoso. Pero creo que el Dios que controla la Historia dará una salida. Porque en medio del dolor y de la muerte he podido también ver milagros: poetas y amigos y amigas sanados por las oraciones y súplicas. Por otro lado, leo más, escribo más y trabajo más. La literatura no salva, pero estremece esa no vida del mundo de los hechos reales al ordenar el caos, y en esas sacudidas, en esos tsunamis, en esos abismos se suelen amontonar nuestros sueños y miserias ante la puerta. Y eso puede alentar lo que llamamos vida, perseverancia o esperanza en quienes nos leen. Puede que alguien no mencione la pandemia, ni palabras horribles como Covid y nasobuco, pero algo de la alucinante impresión de este tiempo debe salir, aunque hablemos de un árbol sin hojas y un pájaro desolado y de un hombre desnudo y una casa vacía. Faulkner decía que un escritor es un comedor de carroña, y esta pandemia, contrario a los discursos y a los aplausos, está mostrando más maldad que bondad en el corazón de los hombres de esta aldea global que va de mal en peor. El verdadero escritor lo usará para luego regurgitarlo en la página en blanco (para todo lo demás, use Mastercard o los libros de autoayuda, ese estercolero de palabras).

¿Qué te da miedo?  ¿Qué es lo que más te enfurece? ¿A tu juicio cual es la palabra más peligrosa? ¿Cuál la más esperanzadora? ¿Qué opinas de la palabra feminismo?

Escribí en un poema algunas cosas que me dan miedo. Dice:

UN DENUEDO, UNA PREGUNTA

Me has preguntado a qué le tengo miedo.

Cuando era niño le tuve miedo

a que faltara, no el pan de mis hermanos,

sino mi mendrugo de Oz,

aceitoso como la herrumbre,

decúbito prono siempre en la hojalda.

Después faltó 

y ya no tuve miga, ni gorriones, ni infancia.

Contra la voluntad de mis hermanos

fue tanto el miedo, sobre todo el domingo,

de que papá nos faltara a la mesa;

su silla era sagrada como limosna,

como un filme de Tarkovski.

Mi padre se fue a otra mesa, otra constelación, otros hijos

y ya no tuve miedo: perdí la adolescencia,

como si la jugara a las cartas, 

como si me apostaran entre Tampa y Santiago.

Y aún el miedo, el miedo,

vieja bandera sobre el ayuno de una patria,

siempre viene, al menos de visita:

Miedo a no tener más hambre, de puntillas

miedo a que nos falte la taza de café

o me sobren los hijos,

o me duerma de bruces sin un ángel.

El miedo es breve, pero le tengo miedo,

miedo a encogerme de hombros,

a que me llamen de Santiago,

balbuceando a mi madre, sin tabular,

sin tabularme.

Miedo, mujer, a que preguntes

si quiero despertarme en otro idioma,

a huir a nado de mi casa,

a ir postergando que amanezca.

Miedo

a

las palabras.

Al Hosanna.

Al candado

que dicen

mi país.

A que caiga la espiga de mi diente

antes de la siega, de tu siega.

Amiga, el miedo es breve,

pero da miedo a veces no saber

dónde se esconde.

Ni siquiera lo digo, sobre todo

me da miedo que un día nunca preguntes,

que no venga tu voz de hormiga loca,

sideral, provinciana,

a pasarme la mano;

a que no amanezcamos

casi monstruos de amor,

contra el invierno

desnudamente

juntos.

(Del libro Carnes de mi carne, en proceso de publicación por editorial D´McPherson)

Ahí están algunos de mis miedos. En cuanto a las demás preguntas, intentaré contestarlas rápidamente. Hay muchos feminismos, que van desde esa formidable lucha por el reconocimiento de las capacidades y derechos de las mujeres, hasta el sectarismo radical y absurdo, esa guerra de guerrillas contra la masculinidad. Como Adán, el primer poeta, creo que la mujer es “hueso de mis huesos, y carne de mi carne”. Cristo hace una analogía entre el hombre y la mujer y ordena al hombre a amarla como Cristo amó a su iglesia, entregándose por ella. En un poema titulado Ishshah escribí: “Por crearte/ estoy dispuesto a dar otra costilla”. 

Me enfurece la injusticia, la capacidad de aplastar que tienen los poderosos a los que no tienen voz; me molesta la hipocresía de los que te hablan a escondidas y muestran su aquiescencia por ese cobarde instinto de conservación. La palabra más peligrosa pudiera ser poeta, porque en las artes somos los más pobres y por tanto los más peligrosos. O la palabra verdad, que sin amor ha producido las más profundas herejías y totalitarismos y se ha convertido, como en el ministerio de la verdad orwelliano, en su reverso. La más esperanzadora pudiera ser libertad, pero para mí es resurrección. 

¿Qué les aconsejarías a los jóvenes escritores? ¿A los jóvenes en sentido general? 

Les aconsejaría acometer más de un género literario y conocer a fondo al menos una de las otras artes. En la multitud de consejeros está la sabiduría. Yo me he sentado a la sombra de hombres y mujeres mucho más sabios, así que repetiría los consejos que ellos me dieron. A los jóvenes en general les diría las palabras del Predicador: “Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: No tengo en ellos contentamiento”. A los jóvenes escritores les traería consejos de dos jedis literarios. El primero, Juan Carlos Onetti, me aconsejó: “Si quieres ser escritor, corre al primer grupo literario; pero si quieres escribir, no tengo ningún consejo que darte”. El segundo, el gran poeta Heberto Padilla, me aconsejó: “Di la verdad. / Di, al menos, tu verdad. / Y después/ deja que cualquier cosa ocurra:/ que te rompan la página querida, / que te tumben a pedradas la puerta, / que la gente/ se amontone delante de tu cuerpo/ como si fueras/un prodigio o un muerto”.

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