Lourdes González Herrero.
Nuestros días están marcados por rutinas que nos ocupan casi la totalidad del tiempo diario, por lo que es muy común no profundizar en pequeños problemas, viejas rencillas o lamentables ausencias, inmersos como estamos en horarios, despachos, búsquedas.
Cuando, por alguna razón, se crea una ruptura en ese esquema, nuestros cerebros comienzan a fabricar tramas que redundan en tristeza, ansiedad o angustia.
La experiencia es lamentablemente real en estos días de pandemia global, en los que estamos obligados a permanecer aislados por cierto tiempo. Existen otras muchas circunstancias en las que el resultado es idéntico: cárceles, hospitalizaciones, jubilaciones, etc.
En un poema que leí en mi adolescencia, Nicolás Guillén apuntaba en un verso: Vinimos del mismo lado y andamos de dos en dos, dando por sentado el instinto humano de acercamiento al otro.
La soledad de la incomunicación física, tiene un antídoto en la lectura, porque es un camino que nos obliga justamente a ser otros, a conocer a otros, a sentirnos como otros, a jugar papeles protagónicos en disímiles escenarios y geografías.
Mi experiencia como lectora durante el aislamiento
Durante los meses de aislamiento del pasado año, tuve la suerte de que un amigo me prestara un muy voluminoso libro de 512 páginas llamado Una breve historia de casi todo, del escritor inglés Bill Bryson, ganador del premio Aventis para libros de ciencia en el 2004.
Sé que se trata de uno de esos libros que temen los que aún no han encontrado placer en la literatura. Imaginan que el volumen atenta contra el disfrute, idea que no tiene ninguna lógica, pero se alimenta del vacío, de la ignorancia. Para muchos, luego ese pensamiento es solo parte de la experiencia, ya que a lo largo de sus días van siendo motivados por los libros, pequeños o inmensos. Aunque conozco lectores a los que solo les gusta leer cuadernos: no más de 40 páginas.
Mis días de aislamiento se vieron menos afectados porque me encontraba en ese inmenso volumen datos increíbles, como este: Ser tú no es una experiencia gratificante a nivel atómico. Pese a toda su devota atención, tus átomos no se preocupan en realidad por ti, de hecho ni siquiera saben que estás ahí. Ni siquiera saben que ellos están ahí. Son, después de todo, partículas ciegas, que además no están vivas. Sin embargo, por la razón que sea, durante el periodo de tu existencia, tus átomos responderán a un único impulso riguroso: que tú sigas siendo tú.
El lenguaje que usa el autor es absolutamente comprensible e irónico, detalle que de cuando en cuando saca sonrisas y desde el inicio convierte al lector en cómplice. De ese modo, narra Bryson la forma en que un animal es capaz de convertirse en una planta, en una flor, y regresar a su forma original solo para salvarse.
Un buen libro entre las manos
Como saben, el aislamiento tiene la capacidad de dotarte de ideas fijas torturantes, pero con un buen libro entre las manos, que te haga pensar, tomar partido, juzgar, registrar datos para ser luego comentados entre amigos, el aislamiento es el escenario, no la escena.
He estado aislada literalmente en un aeropuerto en el que no conozco a nadie. Más de dos días esperando conexión hacia otro destino. ¿Qué hacer cuando miras a tu alrededor y algunos están reunidos en grupos, mientras la mayoría acude a la Internet? Pues sacar de la cartera mi libro de poemas de Eliseo Diego y leer:
La eternidad por fin comienza un lunes
y el día siguiente apenas tiene nombre
y el otro es el oscuro, al abolido.
Y en él se apagan todos los murmullos
y aquel rostro qua amábamos se esfuma
y en vano es ya la espera, nadie viene.
La eternidad ignora las costumbres,
le da lo mismo rojo que azul tierno,
se inclina al gris, al humo, a la ceniza.
Nombre y fecha tú grabas en un mármol,
los roza displicente con el hombro,
ni un montoncillo de amargura deja.
Y sin embargo, ves, me aferro al lunes
y al día siguiente doy el nombre tuyo
y con la punta del cigarro escribo
en plena oscuridad: aquí he vivido.
Leer y seguir esperando el otro avión, pero ahora junto al poeta que sabe discernir muy bien entre el tiempo que pasa y el tiempo que permanece.
Sea sincero, ¿no querría ahora mismo, en lugar de leer mis palabras, disfrutar de un buen libro? Acepto y entiendo.
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