Odalys Calderín
Escribir poesía es una adulación de los ángeles y los diablos, es intentar
abrir alma y cerebro, es ir de agonía con las musas, sospechar la esperanza. Es
un inquietante hallazgo de la más
asfixiante de las soledades, pero es el conjuro de quien deslumbra el apocalipsis
o genera el alumbramiento del oasis. Escribir desde las ganas, los excesos y
los desalientos es Cuerpos en mi lienzo:
locura, mar, isla en amores genuinos o soñados, vírgenes y siniestros.
Escapadas de mi cuerpo y sus cuerpos que repasan la página en blanco y rinden tributo
a risas, muertes prematuras, despedidas inevitables de albas encima de la
desnudez y hasta un amor no descuartizado, solo un azul que gime tras la espera
de la tormenta. Ojos, bocas, gestos van en esos versos que suspenden mi almohada,
me abrigan y sanan. Ellos se desdibujan, moldean a mi sed y a mi cautiverio,
corren como cascada, sin timonel a la mar en busca del horizonte, inquietan a
los inquilinos de consignas y atrapan a los desenfrenados endrogados de albedrío. Así es este libro
maldito y divino, un amuleto en piel…
IV
LA GUERRA ATRAPA MI PAZ.
Desdoblo mi almohada en las algas de unos ojos,
sonidos de sangre tropiezan mi aliento.
Para qué estaciones,
viajes cósmicos,
utópicas palomas.
Contagias hidalguía,
robas un lamento.
Desde un ángulo sinuoso
olfateo tu llegada,
ilusas nostalgias de contienda
se erigen
en el sendero que espera.
Si llegas,
habrá sol
e intentaré luna.