Los traductores y la lengua (Parte II)


Rodolfo Alpízar Castillo

Ciertamente, no está de más insistir
en la responsabilidad social del traductor. Pero también otros sectores de la
sociedad deben reconocer la trascendencia de la función que desempeña este profesional.
Que un traductor llene de giros extraños por apegarse en exceso al original, o
que deje sin traducir voces que tienen equivalentes perfectos y reconocidos,
sin que ello tenga una justificación en la propia obra, es evidentemente un
grave error, pero sería raro que una casa editora respetable lo acepte. Sucede
a veces, desde luego, y es lamentable, pero la culpa no es solo del traductor.

Pero tampoco hay que creer que por
el trabajo incorrecto de un traductor literario la lengua materna se arriesga a
sufrir grave daño. Ante todo, para que esa incorrección progrese tendría que
ser reproducida en los medios de difusión.

Otro caso es el de los traductores
especializados, sobre todo los que trabajan en la áreas llamadas “de punta”,
donde son constantes las innovaciones. Sería injusto exigir a un traductor el
conocimiento de vocablos que no existen en su lengua, porque el concepto, la
técnica o el objeto no se conocían. Tendrían que existir mecanismos de creación
léxica muy ágiles y eficientes que garantizaran al traductor un arsenal de
soluciones que no tiene, razón por la cual está obligado a depender de su buen
sentido y de sus propios criterios lingüísticos para responder a cada situación
concreta. Como tales mecanismos no existen, ni parece que existirán, es un
problema sin solución.


El mérito de la traducción como profesión

Por otra parte, no es demasiado
evidente la influencia que pueda tener en la lengua común la presencia de más o
menos extranjerismos en áreas altamente especializadas. Más grave es otra
arista del problema, y es la mayor o menor capacidad que muestre una lengua
para servir de vehículo de transmisión del conocimiento científico. Con sus
mejores o peores soluciones, los traductores contribuyen, al ir creando
vocabularios especializados con el producto de su trabajo intelectual, al
enriquecimiento de la lengua materna en zonas donde carecía de ellos. Y este es
un mérito de la profesión pocas veces reconocido.

Hay sectores donde los errores de
traducción son mucho más graves, por su rápida difusión y por su poder de
penetración en todas las capas de hablantes: Ellos son la traducción
audiovisual y la traducción realizada en agencias noticiosas internacionales.
Los ejemplos abundan, se ven a diario y no hace falta detenerse en ellos. Pero
es bueno llamar la atención hacia un punto: En ambos casos hay un empleador que
prefiere pagar un resultado de inferior calidad a menor precio, a sabiendas de
que su producto se venderá de cualquier forma y circulará de manera inmediata
por todo el planeta.

Las grandes cadenas televisivas y
las agencias internacionales de noticias ocupan el primer lugar en la difusión
de errores lingüísticos. Pero las distribuidoras nacionales que compran esos
productos, y las agencias que colocan los cables como llegan, sin prestar
atención a la corrección del lenguaje, son las culpables de que el ciudadano
común reciba un bombardeo incesante de extranjerismos y los más diversos usos
incorrectos del lenguaje.


La influencia de las políticas lingüísticas nacionales  

Por último, es importante no dejar
de señalar un hecho lamentable: Muchas debilidades que presentan los
traductores en el dominio de la lengua materna (hablo en especial de los
hispanohablantes) son responsabilidad de los sistemas de enseñanza de sus respectivos
países. Esta realidad se pasa por alto con demasiada insistencia. Si hay
traductores (o médicos, o pilotos, o informáticos, o burócratas…) con escaso
dominio de su lengua materna, o con una baja valoración de ella, no es por
culpa de ellos, es porque los sistemas de educación han fallado en formarlos
como hablantes.

Esto último lleva a retomar un punto
que se menciona cada cierto tiempo, pero que en realidad se toma poco en
cuenta, al menos en el entorno hispánico: El tema es la ausencia de políticas
lingüísticas nacionales.

Culpar a los traductores, o al
sector profesional que sea, de los problemas que presenten los hablantes de una
lengua, es tener una visión estrecha en extremo de la realidad; es, para ser
más exactos, desconocerla.  La realidad
es que ni el cultivo ni el dominio de la lengua son elementos que ocupen las
voluntades políticas de los gobernantes de los países hispanohablantes. El
idioma es algo que nos llega con el pecho materno, que tenemos con nosotros en
todo momento, que “está ahí” desde que nacemos y siempre estará. Por ese motivo
siempre hay algo más apremiante que atender que el idioma, él nunca llega a ser
una prioridad para el Estado.

No obstante los discursos
entusiastas acerca de su salud que con reiteración se dejan oír en algunos
congresos internacionales, el futuro de la lengua española está lejos de ser
tan radiante como se pudiera creer, y bien harían los gobiernos
hispanohablantes en prestar atención al principal componente de nuestra
identidad como comunidad de naciones.

 

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