Lorenzo Lunar
Estimado y vacilante Anteo:
He leído con interés tu email. Gracias por provocar que germinen, desde mi experiencia, estos consejos. Realmente, haces que nuestra comunicación despierte en mí al pedagogo que hace tiempo tenía dormido.
¡Cuántas historias me planteas como posibles relatos a emprender! Es reconfortante saber que tienes una pupila inquieta y un oído presto a captar los dramas que te circundan.
Buscas la materia prima para tu escritura en los telediarios, en los acontecimientos de tu barrio, en los conflictos de la empresa donde trabajas. En las contradicciones que se le presentan a un joven ingeniero que debe lidiar con técnicos de menor categoría y mayor experiencia laboral, y con obreros plenos de habilidades, que imponen su sapiencia adquirida en la práctica a la teoría aséptica que traes del aula universitaria.
¿Cuál de tantas experiencias que te acosan vas a contar? Tratas de organizar una escala de intereses, pero cada mañana cambia la jerarquía de cada asunto, de cada anécdota vivida, en tu escalafón particular. Te recriminas, te acusas de voluble y piensas que jamás te decidirás por una de tantas. Piensas que puede ser interesante la historia de la viuda de la esquina que recuerda cada día a su esposo mártir de alguna guerra al tiempo que reparte sus favores amatorios a los jovenzuelos del barrio. Pero crees también que es un drama insignificante frente al de los refugiados palestinos en la zona ocupada por Israel. Te enteras que en un “lamentable accidente” –jamás repitas si no es entre comillas un lugar común como este- han fallecido decenas de personas y crees que es una historia superior a la del viejo que vendía papalotes y sufrió un infarto en la bodega cuando compraba su canasta básica.
La letra como vehículo para conversar con el otro
Confuso Anteo, debes saber que en la literatura ningún asunto tiene jerarquía por encima de otro. Ninguna historia vale más. Todo puede ser atrayente. Impresionante. Dramático. Rotundo.
Se trata entonces de definir, concretar, asumir, esa historia que te permita compartir tus percepciones con los demás. A veces llega como una revelación. Otras, forma parte de un proyecto que poco a poco se consolida en tu mente y se acomoda a tus intereses y posibilidades. Lo segundo ha de ocurrir cuando ya hayas conformado un universo de personajes y espacios propios para que exista tu obra. Lo primero puede estar ocurriendo siempre.
La literatura está hecha, en última instancia, de palabras. Los hechos han de convertirse en palabras para compartirlos. Tus impresiones de la vida se traducirán en signos para comunicarte. Es la letra el vehículo para conversar con el otro.
El otro, Anteo, ese que ha de recibir el mensaje que trasmitirás con tu palabra escrita. Ese a quien debes hacerle verosímil, pero más que eso, asombrosa, estupenda, única, la historia que cuentes. Ya sea la del refugiado palestino, el cubano emigrante, la viuda del mártir o cualquier jovencita enamorada.
La conexión entre la escritura y el acto de amar
Cada palabra que escribas se convertirá en literatura en el momento en que el otro la acepte como suya. Así tu palabra ya no habrá de pertenecerte. Tus historias contarán lo que el otro necesite o interprete. Ese otro infinito y plural. Amigo desconocido. Cómplice inconsciente. Ese otro que se llama “el lector”.
Dubitativo Anteo, escribir es como hacer el amor. Supongo que tengas alguna experiencia en eso. Hacer el amor es entregarse a la otra persona. El verdadero goce está en la entrega. Cuando escribes, y lo haces francamente, te olvidas de ti. Trabajas para que el otro disfrute las imágenes que plasmas en el papel. Entregas tus pasiones como el más carnal suspiro del alma.
¿Dónde está ese otro? ¿Cómo hallarlo? Pues ya que usé la comparación del acto de amar, continúo. El otro no te busca, joven amigo. Tú tampoco lo eliges. El otro llega. Encontrar ese interlocutor es uno más de los dilemas que te plantea el trance de la literatura. Nunca pienses que ese otro no existe. No desfallezcas en su búsqueda. Ahí está, multiplicado en millones, esperando tus palabras. Tus historias. Porque está destinado a ti. Como el amor.
Postdata: En su ensayo “El sencillo arte de matar” el escritor norteamericano Raymond Chandler analiza diferentes aspectos acerca de la escritura de la novela policial. Pero en realidad, como buen texto literario, sus enseñanzas pueden aplicarse a todo en la vida. Ahí, Chandler describe los atributos del héroe, y, entre otras cosas, dice que “habla como hablan los hombres de su tiempo”. En esta batalla de escribir tú eres el héroe, querido Anteo.
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