Por Mayelin Portales Joba.
En el medio hostil de la Cuba de los noventa del siglo pasado se debaten sus actores entre el bien y el mal, entre legalidad y sus límites, entre normalidad y el destino. Desnuda estoy ante Dios es un libro de Amador Hernández Hernández, quien de modo magistral nos recrea el testimonio de una adolescente que transita a la juventud y la adultez ante los ojos del lector a través de escenas grotescas, violentas, eróticas, tiernas y hermosas.
“Ah, Ochún, no prestes oídos sordos a mis súplicas. Tú, navegante en aguas dulces de la tierra, ilumina los senderos y líbrame de esta mala sangre. Entorpece los pensamientos sucios en mi cerebro. Déjame escapar. Ruega a tus guerreros que me protejan. Dale vida al ángel caído. Arranca de mi piel estas huellas. Saca de mis ojos esa luz maldita que lleva por el camino del infierno”. Con este reclamo a la Virgen de las Aguas Dulces de un personaje de este testimonio desgarrador se muestra la pugna que hace nido en el personaje protagónico. Una mujer negra que llegó al mundo marcada por una fatalidad vaticinada a su madre adoptiva cuando recibió la corona con que Ochún la premió.
La eterna lucha con el mundo establecido
De nada sirvieron los consejos de María Magdalena por tratar de labrar para su hija un futuro mejor si todo se rompió el día que Niurka le confesó la pérdida de la virginidad y su madre a la vez le reveló que ella no era su madre biológica. Para Niurka fue el desplome de un mundo y la edificación de otro sobre cimientos dolorosos. La certeza del abandono, de la poda del su árbol primigenio se convierten para ella en eterna lucha con el mundo establecido y la rebeldía ante cualquier canon.
Todo lo que había sido remanso de paz en ella se convierte en una lucha desenfrenada por desafiar al mundo y a la sociedad. Su vida va entonces de tropiezo en tropiezo hasta llegar a la delincuencia y finalmente la cárcel; ese espacio en que Niurka tiene que probar su temple, su bondad y donde encuentra y constata el verdadero valor de la amistad, el amor y la libertad. La prisión al contrario de lo que tantas veces pasa no saca lo peor de ella. Se logra conocer, se mantiene limpia en medio de la podredumbre y descubre un deseo agazapado en su interior que aflora sin rasgos sucios ni desesperados.
La humanidad innegable en el personaje protagónico
Los personajes de esta historia están fuera de lo que la realidad de muchos pueda dar como ideal. Son desafiantes, marginales, lujuriosos, trasgresores, asociales, pero en cada uno en cada uno de ellos podemos notar rasgos innegables de humanidad, sobre todo en su protagonista, quien sostiene un diálogo diáfano con Dios y sus deidades africanas. Ante lo divino se desnuda y finalmente él tiende sobre ella su manto protector.
Lo más impresionante es saber que este texto es un testimonio de una mujer que anda aún por las calles de su pueblo en Cuba, como ya verá el lector, no teme, desafía, no claudica, lucha, padece pero ama y siente. Agradecemos a Amador Hernández este texto de una belleza otra pero belleza al fin porque al final todos somos hijos de Dios.
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