Thais
Lima
Nos está tocando vivir una época
humanamente agresiva. Mientras jugamos a ser postmodernos y futuristas,
rechazamos abrazos por atender mensajes de textos, confundimos sinceridad con crueldad,
y convertimos la verdad en un acto áspero, disecado y desprovisto de ternura,
para poner en alto la salud de nuestra tan demandada, inteligencia emocional.
Confundiendo conceptos, nos recortamos y olvidamos nuestras esencias. Quizás
por eso, sin darnos cuenta, todos andamos buscando refugio y calma, fuera de
nosotros mismos, y con no poca frecuencia, leer poesía, o escucharla, nos
permite detenernos en la autoconciencia, respirar despacio, y percibir paz en la
simpleza de un atardecer.
La poesía, que resulta ser la
memoria más antigua de la literatura universal, en la contemporaneidad se ha
vuelto el tubo de escape para muchos de los que la escriben, y a su vez,
reflejo y compañía para los que la leen, una alternativa a la soledad, a la
frialdad, a las incomprensiones, incluso, a los silencios.
El
fascinante vínculo entre poesía y cerebro
Hablamos mucho sobre
neuroescritura, y su repercusión en el desarrollo intelectual y cognitivo del
ser humano, pero… ¿qué sucede en nuestro cerebro, cuando leemos justo lo que
sentimos y no sabemos o tememos decir? Es sublime, como un acto de magia, se
llama empatía, y es uno de los caminos más seguros al éxito, como seres
sociales que estamos olvidando ser.
Son incontables los estudios que
vinculan poesía y cerebro en un mismo contexto, intentaremos resumir este
vínculo en un lenguaje coloquial y transparente que nos permita entender por qué
muchos somos endebles al vuelo poético, y por qué una vez que descubrimos esa paz,
no dejamos de perseguirla, en la mayoría de los casos sin saber el impacto
positivo que esto tiene en nuestro desarrollo cognitivo y emocional.
El
desarrollo de la capacidad lingüística en el cerebro
La corteza cerebral humana se ha
especializado increíblemente durante el proceso evolutivo. Una de estas
especializaciones es, precisamente, el lenguaje. Existen áreas en nuestros
hemisferios cerebrales, que se encargan exclusivamente de desarrollar nuestra
capacidad lingüística, o sea, de los procesos de percepción, procesamiento,
comprensión y expresión del lenguaje. Esto ocurre en nuestro hemisferio
dominante que en la mayoría de los individuos es el izquierdo. Podemos decir
que existen áreas receptoras y áreas ejecutoras para el lenguaje. Las áreas
mayormente nombradas son el “Área de Wernicke” en el lóbulo temporal, encargada
de la comprensión, donde se integra la función visual y auditiva del lenguaje y
el “Área de Broca”, localizada en el
lóbulo frontal, responsable de la expresión oral; aunque también es importante
mencionar el “Área de Exner”, responsable de la escritura, donde se integra el
sistema motor para los músculos de la mano, permitiéndonos de esta forma,
escribir lo que pensamos. Entre estas áreas receptoras y ejecutoras (sensitivas
y motoras) existe una estructura, denominada “fascículo arqueado” que las
conecta y permite establecer la coherencia entre lo que entendemos al leer o
escuchar y lo que respondemos y sentimos.
En el caso específico de la lectura,
todo parte de la observación. Cuando vemos las palabras activamos una serie de
códigos neuronales, mediantes los cuales convertimos las letras en códigos
fonológicos y desciframos los significados de esos sonidos, desencadenándose
una serie de procesos neuroquímicos que activan varios circuitos cerebrales
mediante los cuales somos capaces de recrear imágenes, recuerdos, vivencias, e
incluso experimentar reacciones ante situaciones aún no vividas.
La
poesía como estímulo para la salud emocional
Con la poesía, específicamente,
desarrollamos la empatía, una de las herramientas más fuertes para la salud
emocional en el individuo, que no es más que la capacidad de ponernos en el
lugar de la otra persona, intentar descifrar o sentir lo que ha escrito, encontrar
en lo leído nuestros propios sentimientos y/o emociones.
Estudios recientes de neuroimagen
revelan que la poesía activa fuertemente las áreas que permiten la introspección,
somatizando muchas veces lo que sentimos en forma de piloerección (piel de
gallina) y otras respuestas psicofisiológicas que estimulan áreas de recompensa
y placer en nuestro cerebro, al liberarse neurotransmisores como serotonina,
endorfinas, dopamina y oxitocina.
Por esta razón podemos asegurar que
leer poesía puede ser un camino a restaurar nuestra calma y es muy estimulante
para el desarrollo intelectual, dado que la búsqueda de los significados en los
juegos de palabras, integran las funciones y estructuras de nuestro cerebro y
refuerzan nuestras conexiones interhemisféricas.
Sin dudas, en estos tiempos de
prisas, la poesía genera sinestesia y placer estético, nos salva, nos
redirecciona, nos acoge, y nos da la oportunidad de la libertad infinita,
porque ella, es libre en su esencia.