¿Por qué leer a los clásicos? ¿Por qué unos libros pueden ser frecuentados a lo largo del tiempo sin que nos importe que se escribieran en el siglo pasado o hace un milenio, mientras otros se deshacen entre los dedos como si fueran de gelatina? Porque solo una parte, bastante pequeña, de lo que se escribe en el mundo llega a tener la condición de clásico. Y esa condición no la otorgan los críticos – en vano Harold Bloom ha intentado formular un “canon occidental”- ni los programas escolares, ni las academias. Solo el tiempo- unas pocas décadas, un siglo o más- determina cuáles son los textos destinados a resistirse tercamente al olvido.
Los clásicos vs. los libros desechables
Buena parte de las jornadas de encierro durante la actual pandemia las he dedicado a la lectura. Han pasado por mi mano muchísimos libros.
La mayoría de las novedades que frecuenté eran novelas recientes que habían tenido grandes éxitos de venta. Estaban basadas en historias atractivas, redactadas en lenguaje accesible al gran público y tenían un ritmo trepidante. Una vez comenzada su lectura se hacía difícil separarse de ellas hasta la página conclusiva. El único problema era que, poco después de terminadas, olvidaba hasta el título y los nombres de los personajes. Eran desechables como los vasos de cartón y las series televisivas. Por eso las librerías “de viejo” en el mundo están llenas de libros que en fecha a veces no muy lejana fueron bestsellers pero ya no interesan a nadie.
Los clásicos siguen vivos y conmovedores
En sentido contrario, cuando me acerqué a los estantes de mi biblioteca, saltaron ante mis ojos títulos leídos hacía años y otros que, por una u otra razón, seguían aguardando por mí. Confieso que estos ejemplares, empolvados y de hojas amarillentas, han sido mi más sustancioso alimento durante este encierro. Releer el Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell vino a confirmar el criterio que tenía desde hace más de tres décadas, el tiempo ha otorgado a estas novelas un sabor añejo, pero siguen vivas y conmovedoras. Acercarme al ensayo Del sentimiento trágico de la vida me permitió descubrir a un Miguel de Unamuno siempre polémico, que parece de hoy mismo cuando se debate entre razón y fe.
En espera del momento para revelarse
Son clásicos La Ilíada, La Odisea, las tragedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides, también los ensayos de Montaigne, el teatro de Shakespeare, el Quijote cervantino, la Comedia humana de Balzac y entre nosotros ya han demostrado serlo las obras monumentales de José Martí, Alejo Carpentier y José Lezama Lima, por solo citar algunos.
No hay que suponer que un futuro clásico se impondrá apenas vea la luz, apoyado por los criterios de los contemporáneos más informados. Fina García Marruz me contó hace mucho sobre el destino diverso de dos libros de poesía cubanos de la misma época, el primero era Cantos de un peregrino, de José Luis Alfonso, publicado en París en 1863, en una edición de lujo, acompañada por varias notas laudatorias de personajes de su tiempo y que ahora era un ejemplar que nadie procuraba en los anaqueles de la Biblioteca Nacional, mientras que los poemas de Juan Francisco Manzano habían sido rescatados, inéditos, de la basura y ahora eran textos antológicos de nuestro romanticismo.
Mucho de lo que hoy se aplaude, se recomienda, se vende bien, será olvidado, mientras que en la sombra esperan su momento de revelarse nuevos clásicos.
Los libros considerados clásicos
Si tuviera que definir qué tienen en común los libros considerados clásicos, diría que, en primer término, no se agotan en una sola lectura, más aun, ellos nos entregan sus riquezas poco a poco y el primer acercamiento a ellos en la juventud puede ser fascinante, mas el retorno a sus páginas en la madurez nos reservará muchas sorpresas. En segundo lugar, son obras que resisten las altas y bajas del mercado y la crítica.
Piénsese en la poesía de Gertrudis Gómez de Avellaneda, aclamadísima en el siglo XIX, pero que en la centuria siguiente un grupo de críticos se dedicó a afirmar que era retórica, superficial, casi carente de valor. Los que nos hemos acercado a ella en las primeras décadas del XXI hemos vuelto a descubrir en sus versos no solo el virtuosismo métrico sino una elocuente comunicación de lo más hondo de la sensibilidad femenina.
Un alimento fundamental para el creador y el lector
Los clásicos han de ser el alimento fundamental para todos. Si se trata de un creador, completará, en diálogo con ellos, su oficio, descubrirá sus arquitecturas internas, se sentirá en deuda con su manejo de la palabra o el modo en que abordan los eternos problemas del hombre, eso lo librará de creerse el primero en su especie. Si es sencillamente un lector, verá enriquecido su mundo con páginas duraderas y sabrá separar el oro auténtico, de lo que no es más que latón brillante.
Por Roberto Méndez Martínez
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