Se imponen ciertas preguntas. Se imponen bajo el ángulo filoso de una lupa: ¿en qué mundo vivimos?, ¿distopía made in algún laboratorio literario?, ¿qué es la realidad, la fantasía, lo híbrido, lo liminal?, ¿desde cuándo nos cuestionamos la realidad hasta el punto de convertirla en una pesadilla?, ¿cuándo la realidad se nos convirtió en una pesadilla?, ¿qué es la utopía salvo una referencia al pie de página?
La literatura y la realidad que vivimos
En una primera instancia, les confieso que escribo este artículo como un (pre)texto. Un (pre)texto para entender (o al menos, intentar entender) la realidad que vivimos. Mundo raro es todo aquel universo que habita la naturaleza humana y sus ideas, ya sea uno ficcional o este otro que persistimos en llamar “real”. El mundo de las ideas, que hemos incubado en la soledad y la zozobra del arte, aparecerá siempre permeado por una condición humana de cuestionamiento, de vivir en los límites, fuera de ellos pero, a la par, buscando una definición para la condición de lo que somos.
Las fronteras entre la realidad y la fantasía en la literatura
Desde hace mucho las fronteras de los géneros literarios se han dinamitado. Esa es también una condición liminal, una que es —de paso lo señalo— una forma otra de definición. Desde hace mucho las fronteras entre la realidad y la fantasía, entre mundo real y ficción literaria, se han roto. Basta abrir los ojos y pensar en lo que se vive hoy, a escala global, en este universo pandémico que, como generación humana, nos ha tocado experimentar.
Aquella máxima, aquel dicho popular, aquella sentencia que afirma: “la realidad supera a la ficción” se nos ha quedado en las palmas de las manos: era solo una insinuación, una provocación de lo que vendría luego (en este hoy que es nuestro presente), y de lo que quizás venga después (ese futuro diluido en el que siempre pensamos; pensar e imaginar son nuestras condiciones innatas como especie).
La transformación de la realidad en distopía
La realidad se ha transformado, poco a poco, en la página aguda que alguna escritora de distopías olvidó corregir. ¿Será por eso, acaso, que cada día que pasa nos resulta inverosímil? ¿Dónde está el editor de esa/esta realidad?, ¿por qué no se acota la página?, ¿por qué no se acorta? ¿Cómo escribir/describir/crear un mundo raro cuando vivimos en la distopía o en el, seamos francos, más raro de los mundos posibles? ¿Cómo puede llamarse fantasía a un género que parece mainstream, realismo puro y duro, nuclear, medular… sí, eso: realismo medular?
La literatura o creación como un cuerpo otro
¿Es la literatura especulativa una anticipación, en tiempo casi real, de lo que nos acecha en los espacios exteriores de las relaciones humanas y en los espacios interiores de nuestra conciencia? ¿Hasta qué punto el universo de nuestros miedos, nuestras persecuciones, nuestra memoria emotiva continental, nuestra memoria emotiva como cuerpos, nuestras opresiones, impresiones, deducciones, integran y anatomizan (o atomizan) ese cuerpo otro, simbólico, que llamamos literatura o creación?
La literatura: un espacio contra la claustrofobia
La literatura ha funcionado, desde siempre, como una válvula de escape y también, que no se dude, como un laboratorio. El mundo siempre ha necesitado —y continúa aún necesitando— válvulas de escape que ayuden a que esta olla de presión —donde se cuece el caldo de la humanidad— no estalle por los aires. Y ha sido la literatura, precisamente, la que ha construido ese espacio contra la claustrofobia, en un gesto que podría resumirse de la siguiente manera: es justo sustituir la válvula de la olla por la imagen de la palabra libertad; y reitero este punto: la imagen, que no es en sí misma la palabra libertad y mucho menos su concreción. Gracias a este espacio es que se distiende y se fragiliza la claustrofobia colectiva.
El laboratorio de la escritura
Pasemos entonces a analizar la idea de laboratorio. La literatura es un mapa, un mapeo de las geografías emotivas y espirituales de diversas sucesiones generacionales. La buena literatura es, cuando menos, la geografía emotiva y espiritual del cuerpo humano: trasciende el contexto espacio, el contexto generación y, por tanto, la condición limitada (y limitante) de la temporalidad.
El escritor: el ojo tras el microscopio
El escritor, el creador, analiza y observa en un tubo de ensayo los componentes de ese cuerpo textual que integran y definen a la humanidad toda. Un escritor es siempre un laboratorista, alguien con los ojos abiertos. Mejor dicho: un artista es siempre el ojo tras el microscopio. En el laboratorio de la escritura se analiza, se ensaya, se reproduce la condición humana. Se clona. Experimentos éticos y experimentos no éticos porque el laboratorio es un espacio acrítico.
Un mundo cargado de referencias del extrañamiento
Gracias al laboratorio de la escritura es que el mundo ha logrado una definición espacial (y también, se admite, circunstancial e individual) de su realidad, más allá del reflejo exacto, mimético, de esta propia realidad. En materia literaria, un mundo otro, lo raro, la otredad en su amplio registro, no es más que un experimento social, y por ende literario, recontextualizado a un mundo cargado de referencias del extrañamiento.
La construcción de la realidad literaria
Me gustaría comentarles un poco sobre mi idea del extrañamiento.
Para mí, toda literatura liminal parte del principio del extrañamiento como idea paulatina que se va insertando en el tejido estructural del texto, en la arquitectura de los personajes, en sus memorias y que, de ahí, dinamiza y penetra la relación con el lector o el espectador. Escribo, o al menos, puedo afirmar que mi creación parte de este punto al que defino como “relación/creación conjunta”, y que exige la partipación activa del lector en la construcción de la realidad literaria. Este trabajo en colectivo permite que el elemento de extrañamiento impacte directamente en la consciencia medular del que lee o del que observa y, por tanto, el proceso se hace anverso y reverso, impacta también directamente en la estructura medular y en el tuétano de lo escrito.
El elemento racional o cotidiano
Los mundos que construyo, la arquitectura de las geografías emocionales de mis personajes parten por lo común de un elemento racional, un elemento que podría definirse como “normal”, “cotidiano”, incluso “ordinario”, al que se le subvierte una línea del genoma, al que se le coloca una brevísima vuelta de tuerca, tan breve como sutil; lo suficiente como para que la conciencia del espectador, del lector, la propia conciencia del texto les haga entender que, de lo ordinario, puede extraerse cierta idea de lo extraordinario. Entiéndase aquí lo extraordinario como sinónimo de la palabra extrañamiento.
El rompimiento con la realidad
Partir de un referente conocido es una estrategia de arquitectura que provoca un acercamiento con la realidad del que especta y espera. El elemento extraño, a su vez, ya es el primer rompimiento con la realidad, la primera inserción de esa realidad en una liminalidad no exenta de nuevas fracturas, igual de sutiles que la primera o, por el contrario, nido para una serie de más hondos desgastes del contexto real.
Un ejercicio progresivo de construcción
En mis clases como profesora de escritura creativa insisto siempre en la idea de que el extrañamiento es un ejercicio progresivo de construcción, no una carga frontal apabullante que convierta a la referencia en un pantagruélico folleto de asociaciones. Esto le exigiría al lector, más que una construcción conjunta, un esforzadísimo trabajo de traducción (para no decir que un casi imposible trabajo de traducción).
De una realidad conocida a una desconocida
Insisto también en la idea de que el viaje del espectador o del lector debe arrancar desde una referencia que le permita un asidero, una columna de sentido que parta de una realidad conocida a una desconocida, que transite de una realidad ordinaria a una extraordinaria, y que posibilite una oscilación, una vibración constante en los ejes de sentido que sostienen la construcción conjunta entre la realidad ficcionalizada y la ficción real, entre el espectador y la obra, entre el lector y el autor, y entre la obra y sus dos principales actantes: quien la ejecuta y quien la consume, ambas instancias transformadoras del proceso de recepción.
El uso de elementos poéticos en la escritura
En mis escrituras, que considero per se liminales —ya que muchas veces juegan en las fronteras de los géneros, y no en pocas ocasiones se aventuran más a fondo y planean en las honduras del cruce de lenguajes— se hace indispensable el uso de elementos poéticos como parte de una construcción de valor de imagen, ya sea en el terreno de lo puramente simbólico, en lo semiótico o en la simple descripción de espacios físicos, y también en la no tan simple descripción de los espacios constreñidos del comportamiento de los personajes. Importa tanto la geografía del espacio abierto de la descripción (que condiciona el contexto signo) como la geografía del espacio cerrado de la biografía de los personajes (que condiciona el contexto símbolo).
El recurso de lo poético y el recurso de la dramaturgia
El recurso de lo poético, el recurso de la dramaturgia, insertados ambos entre líneas en el texto, posibilitan que el lenguaje no sea un sujeto pasivo de la acción, un ente de apoderamiento verbal que se limita a estructurar sin condicionar, o a condicionar sin estructurar. En el cruzamiento de géneros se provoca también una liminidad textual que define, a su vez, al lenguaje como sujeto móvil, con evoluciones y movimiento a lo largo de la obra.
El personaje: el eslabón fundamental de la escritura
Y por último, quisiera hacer referencia al eslabón fundamental de la construcción conjunta, al enlace que conecta las geografías emocionales del escritor y el lector, al núcleo que cimienta otros mundos posibles, realidades alternativas o cruzadas: la categoría personaje, que existe tanto en la textualidad poética como en la narrativa y dramatúrgica. Cualquier universo que el escritor pueda construir debe su éxito o su derrota a dicha categoría, que es el pilar central del edificio, el cimiento sin el que nada sería posible.
El sujeto bajo el microscopio de la literatura
Todo worldbuilding parte de la referencia personaje o, al menos, se encuentra particularmente influido por esta categoría. El personaje es el tapiz en el que se cosen los hilos de la historia. El personaje es el sujeto bajo el microscopio de la literatura. Al personaje es a quien miramos y es, también, la particular válvula de escape que impide que la realidad de la ficción explote. Nuclearlos y definirlos es el verdadero, y más difícil, camino de la escritura.
El tuétano de la acción creativa
En mi creación, reitero, el personaje es el tuétano de la acción y en él se sintetizan nociones tan básicas e importantes como geografía espiritual de la escritura, situaciones dramáticas, referencias, contexto y pretexto, historia y prehistoria, biografía física e influencia cultural, lenguaje móvil y construcción conjunta: dicho de otra manera, el personaje es el filtro que puede limpiar de partículas o, por el contrario, saturar el líquido amniótico de la creación.
La literatura en un mundo híbrido
Estas son las ideas que quería compartir en este artículo y que hablan de algunas nociones que definen mi relación con la escritura, con la otredad y con lo liminal. Es cierto: los ámbitos de la ficción y lo real aparecen cada vez más contaminados en un mundo donde todo es ya híbrido. De esta hibridez, de este mestizaje, han surgido y aun en día siguen naciendo, algunas de las mejores obras del canon espiritual de lo humano.
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