Recientemente la editorial D’McPherson ha publicado el poemario “La acrobacia del salmón” de Ernesto Fundora Hernández, escritor y cineasta, nacido en La Habana en 1967 y radicado desde 1994 en Ciudad de México. El libro cuenta con una ilustración del destacado artista plástico José Luis Fariñas, contiene una introducción del filósofo, pedagogo y crítico Rafael Pinto y en su contracubierta un texto de alto vuelo lírico de la escritora Juana García Abás, quienes destacan la hondura humana del poemario y el desgarrón afectivo que lo recorre y que germina desde la contradicción entre lo que se desea y se alcanza, entre la utopía y la distopía.
Liga el poeta dos palabras de gran consistencia simbólica en su título: acrobacia y salmón. Ambos símbolos constituyen goznes culturales desde los cuales podemos anticipar sentidos. La acrobacia deviene símbolo del equilibrio crítico fundado sobre el no conformismo, es una divisa de progreso, del vuelo hacia otra condición. Puede sugerir la reversión del orden establecido, de las posiciones habituales y las convenciones sociales, puede significar una salida creadora y necesaria ante situaciones críticas. El salmón con su particular condición existencial ha cautivado muchas culturas que le han otorgado valores simbólicos privilegiados como sabiduría, alimento espiritual y, en último grado, significado de transformación.
La influencia del poemario sobre el lector
El poemario ejerce una influencia identificatoria sobre el lector en un mundo de resonancias, ecos y correspondencias, lo intiman a extraer connotaciones por disímiles vías: la del asombro y la reflexión; la súplica y la sonrisa; la coincidencia- todos sentimos necesidad de “la quinta pata de la suerte”- y también la diferencia: “Nunca al unísono están los hombres, ni cuando duermen. Nunca de acuerdo,/ ni cuando los abraza la noche, sincrónicos en el desamparo de sus cuerpos”. El poeta se mueve entre la intensidad emocional y el tiempo de su yo repartido en medio de las más diversas contradicciones, defiende el valor de la imaginación como “la única tierra fértil contra la desgracia…” insiste en el carácter paradójico de la existencia: “el arañazo de una caricia” o “la ternura de un cuchillo”, donde los aparentes absurdos encierran una coherencia esencial; y devela la capacidad de resiliencia del hombre desde una vocación humanista esperanzada que no solo dialoga con el pasado o el presente, pues “… siente nostalgia de futuro.”
La cultura como sentido recurrente en la poesía
La cultura, como base y a la vez pértiga ineludible para el avance de la humanidad, es un sentido recurrente en esta obra. Un fértil diálogo entabla con filosofías y estéticas diversas que metaboliza en su poesía: José Lezama Lima, Jorge Luis Borges, Eliseo Diego, Paul Valery, Manuel Navarro Luna, Osho, la Ilíada, El Quijote, los mitos bíblicos y de la Grecia antigua, las ideas del existencialismo, de la Nueva Era o del pensamiento de la complejidad.
Cada lector escogerá su poema preferido, aquel que más encuadra con sus vivencias o sus utopías, yo volvería a El harén de los significados o aquel que se titula Holística o el que se llama Desoídas y puesto que la poesía precisa relectura permanente podrán aparecer otros en el horizonte de los elegidos -aunque sabemos que toda elección es también un maltrato-, porque, después que los poemas nacen, empiezan a pervivir por sí mismos, a andar como esa honda, difícil y estimulante acrobacia del salmón.
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