La vida de los escritores, sus obras y como estas permanecen para la posteridad, siempre es misterio. Casi nunca se intuye el futuro que aguarda nuestra creación cuando, inspirados y deseosos de comunicar un mensaje, entretejemos obsesiones o sentimientos.
Es el caso de un libro singular, del que durante décadas se ha hablado para bien o para mal, pero que se mantiene perdurable, aclamado y vigente. De culto para varias generaciones, publicado por primera vez en 1943, El principito, de Antoine de Saint-Exupéry, cumple uno de esos misterios que mueven el cauce de la literatura universal y de los a veces mal llamados “libros para niños” y es precisamente aquel que radica en esa aceptación sin precedentes.
Desde que apareció su primera edición, Le Petit Prince se convertiría en obra de cabecera para generaciones enteras de lectores quienes, dócilmente se lo recomiendan, lo pasan de mano en mano o lo atesoran entre sus volúmenes entrañables. Es por eso un libro casi mítico.
El enigma de la vida de Exupéry
¡Cuánta paradoja no encierra el hecho de que un escritor que jamás pretendió asomarse al mundo de las letras para niños, sino a libros de viajes, memorias, etc. se consagrara como un clásico de su literatura. Quizás la explicación esté en el propio enigma de la vida de su autor. Se cuenta que Antoine creció huérfano de padre y con la madre y sus cuatro hermanos en un castillo donde, desde pequeño, imaginaba aventuras de capa y espada muy diferentes a esas que luego correría de grande. Es posible que, como relata en El Principito, soñara con ser pintor para dibujar boas que comen elefantes, pero luego se hizo aviador y su vida estuvo marcada por el peligro.
Apenas un adolescente, era piloto durante la Primera Guerra Mundial, cayó prisionero y fue internado en un campo enemigo. Al finalizar esa contienda se hizo piloto civil, trabajo que desempeñaría durante años y que le permitió conocer parte del mundo.
En la Segunda Guerra Mundial demostró su heroicidad rescatando del desierto, montañas o islas remotas a otros pilotos extraviados por lo cual recibió numerosas condecoraciones. Saint Exupéry había publicado Correo del sur (1930), Vuelo de noche (1931), Tierra de hombres (1939) y Piloto de Guerra (1942), que retoman experiencias de su arriesgado oficio. Sin embargo, ninguna tuvo la trascendencia que un texto tan original y polémico como El Principito.
El libro más recomendado por los adultos a sus niños
La historia del aviador extraviado en el desierto y que encuentra al niño rubio angelical y de hondo filosofar, ha devanado los sesos a más de un entendido en LIJ, sobre todo a la hora de solucionar dilema tan difícil y especulativo como el que siempre se plantean quienes promueven estas obras: ¿es totalmente un libro infantil? ¿Cómo se gana a la infancia si es una obra seria, solemne, sin aventura, sin humor y cuyo discurso se plaga de razonamientos éticos y filosóficos?
Su mayor paradoja radica justo en que, trascendiendo los cánones usuales de la LIJ, sobre todo al abordar aristas oscuras de la personalidad humana, deviene el texto más recomendado por los adultos a sus niños. ¿Cómo siendo un libro tan crítico hacia los grandes, son ellos quienes lo consagren al no dejar que el tiempo logre eclipsarlo?
La delicadeza de Exupéry al escribir “El principito”
Para la estudiosa alemana Bettina Hürliman, en su ensayo Tres siglos de Literatura Infantil Europea “El solitario viajero de los aires, que pasa solo horas y horas con su motor rugiente, el cual apaga todas las voces exteriores, ha oído su voz más íntima. El piloto a quien la muerte acecha sin tregua ha oído también las voces de la verdadera vida y, lleno de un exquisito amor precisamente por esa, hace nacer en el papel “al pequeño príncipe”. Lo que más nos conmueve es la intensísima delicadeza que ha brotado de su pluma, pese a ser uno de los más viriles escritores modernos”.
Por eso nada interesa si fue escrito para el judío Leon Werth preso en una cárcel de Francia, de nada valdría cuestionarse cuando será mejor leer esta obra, qué valores o deslices encierran sus páginas, qué nos deja de positivo y aleccionador.
Al mirar un cielo nocturno y estrellado, inevitablemente pensamos en aquel solitario y triste niño que allá lejos cuida de una rosa, añora a la zorra y muy temprano mira por el hueco de una caja para imaginar su oveja… Nunca cesa de combatir baobabs. Para nosotros tampoco termina esta lucha y eso, en alguna medida, nos hace entenderlo un poquito, quererlo, llevarlo siempre en donde duerme la bruma, conscientes de que como él mismo dijera y tantos repetimos: lo esencial es invisible a los ojos, pero nunca al corazón.
Por Enrique Pérez
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