Existen tantas dietas
en el mundo como ganas de mantener estilos saludables de vida y, aún más, de
mantener esa figura hollywoodense que siempre se le achaca a la industria del
entretenimiento, el cine, los medios de comunicación y la publicidad.
Una de estas dietas
no tan modernas, sino más bien traída de los modos de vida de nuestros
antepasados es la paleodieta o dieta del hombre de las cavernas.
Menos agresiva que su
prima hermana detox con eso de la desintoxicación y depuración
del organismo a través de una alimentación libre de sustancias presuntamente
negativas; la paleodieta parte de una premisa muy sencilla: el ser humano está
adaptado a vivir en la naturaleza.
La base principal de
esta propuesta nutricional se apoya en la idea de que los seres humanos hemos
adquirido una serie de características genéticas adaptadas a una forma de
alimentarnos que no es la dieta que consumimos actualmente.
Principios básicos de
la paleodieta
El genoma del ser
humano fue moldeado durante miles de años de vida de cazador recolector. Estamos
adaptados a lo que comíamos, a la cantidad de luz solar que recibíamos, al tipo
de movimiento que realizábamos para sobrevivir. Los cambios en el genoma son
muy lentos; así que mientras el mundo ha evolucionado radicalmente después de
la revolución industrial, el genoma del ser humano apenas ha sido modificado y
sigue adaptado a las condiciones del paleolítico.
Precisamente esta
discordancia entre el diseño de nuestros genes y los alimentos que consumimos
en la actualidad ha favorecido el aumento tan alarmante de enfermedades
relacionadas con la nutrición (diabetes, obesidad, enfermedades
cardiovasculares, hipertensión, etc.).
Desde este
presupuesto, la paleodieta defiende tres principios: desechar los lácteos y los
cereales; apostar por los alimentos frescos como verdura, pescado y fruta; y
hacer ejercicio antes de alguna de las comidas del día.
Este estilo de
alimentación nació hace más de dos décadas en Estados Unidos, basada en lo que
teóricamente comían nuestros antepasados en la era Paleolítica, cuando el ser
humano era cazador-recolector, y aún no había desarrollado la ganadería y la
agricultura.
Esta dieta propone
consumir alimentos sin procesamiento, es decir, ningún congelado, enlatado, ni precocinado.
Además, prohíbe la ingesta de productos refinados, como harinas y sus
derivados, pastas ni arroz, ni tampoco azúcar y dulces. Se excluyen también los
lácteos; leche, yogur o queso.
Además, sólo se
permite la ingesta de agua y se requiere de pocas comidas al día, pues la
paleodieta imita el ciclo de consumo de nuestros antepasados que se movían
durante largos períodos hasta obtener comida, para después consumir grandes cantidades
y regresar al ayuno.
Ventajas de la
paleodieta
Entonces, en esta
dieta se incluye el llamado ayuno intermitente, pasar unas 10 o 12 horas del
día sin comer, para después hacer una ingesta abundante.
Algo tenemos claro de
estas regulaciones que establece la paleodieta, y es que si la comparamos con
la dieta occidental actual, encontramos que en términos de nutrientes las
diferencias son notables.
Las proteínas eran un
nutriente mucho más abundante en el paleolítico y superaban ampliamente las
recomendaciones modernas. Asimismo, las grasas estaban presentes en cantidades
mucho menores que en la actualidad y había una buena ingesta de ácidos grasos
saludables, equilibrada y apropiada respecto a las ingestas de hoy en día. Por
otro lado, sin procesamiento alguno, los alimentos tenían mucha menor cantidad de
sodio, y permitían mayor ingreso de fibra y vitamina C.
Los adeptos de la
paleodieta aseguran que siguiéndola conseguirán energía natural y constante
durante todo el día, se desarrollará el potencial de su cuerpo, alcanzarán el
peso ideal, más inmunidad, menos inflamaciones y alergias y un sueño
verdaderamente reparador.
Muchas son las
virtudes de esta dieta, entonces ¿dónde está su disfuncionalidad?