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Manías y supersticiones de escritores. Convocar a las musas

Manías y supersticiones de escritores

Barbarella D´Acevedo

La escritura, como cualquier otra forma de creación es, al menos desde mi punto de vista, algo muy sutil y hasta cierto punto endeble en su concepción, similar quizá a un recién nacido. Es así que uno se ve obligado a hacer cuanto considere conveniente para convocarla, hacer nacer la criatura, el texto y luego para mantenerla con vida hasta que sea capaz de caminar por sí sola, ese momento en que la obra deja de pertenecerle al autor y se convierte en propiedad de los lectores. Ningún cuidado es poco y a algo hay que aferrarse cuando se anda inmerso en un asunto tan delicado. Y como uno no tiene de qué asirse, ahí surgen las manías, que por demás tienen que ver también con las supersticiones, aquellas creencias contrarias a la razón, y que resultan variables del pensamiento mágico, desarrolladas para lidiar con nuestras inseguridades, o miedos paralizantes, ya sea a los bloqueos, a que muera esa vida que empieza a brotar en letras y páginas, al fracaso, o a defraudar nuestras propias expectativas.

Las manías develan rasgos de excentricidad en los creadores

La escritura exige una batalla a muerte con cada página e incluso uno sabe que la batalla a veces está perdida de antemano, porque el hijo nacerá quizá, pero casi nunca llegará a parecerse a aquello que sus padres soñaron. Las manías de los escritores son una forma también de dar orden a lo que, por su propia naturaleza, no lo tiene, de generar rituales capaces de convocar la disciplina, e incluso quizá develan rasgos de una cierta excentricidad en los creadores. Sin descontar de la lista el factor soledad, que permite a muchos acunar extravagancias sin necesidad de rendir cuentas a nadie.

Algunas manías de los escritores universales

Varios títulos recopilan las rarezas de los escritores. Rituales cotidianos de Mason Currey, Cuando llegan las musas de Raúl Cremades y Ángel Esteban, y Escribir es un tic. Los métodos y las manías de escritores de Francesco Piccolo, son algunos de los imprescindibles.

De muchos es sabido que Victor Hugo solía desnudarse cuando la inspiración no llegaba; sus criados tenían la orden de no entregarle la ropa hasta que transcurriera el tiempo dedicado a la escritura. Marcel Proust escribía en posición horizontal. Hemingway aseguraba llevar dos amuletos en sus bolsillos, una castaña de indias y una pata de conejo. Pero además prefería no hablar de lo que estaba escribiendo hasta terminarlo, por miedo a que se desinflara, o perdiera vida. Truman Capote no podía empezar ni terminar ningún trabajo los viernes y gustaba de escribir en la cama o el sofá, era lo que se dice otro “autor horizontal”. Neruda escribía a mano y usando tinta verde y Gabriel García Márquez necesitaba tener cerca una flor amarilla, mientras que Isabel Allende comienza sus proyectos cada 8 de enero.

Descubriendo mis propias manías

Yo misma, aun cuando solo me considero una aprendiz, tengo ya algunas manías. Confieso que hubo un tiempo de juventud en que incluso decidí imitar aquello que le había funcionado a otros autores, como lo de empezar proyectos en una determinada fecha, al estilo de la Allende, aunque sin llegar a los amuletos de Hemingway, que me habrían encantado, pero resultaron imposibles de conseguir. Lo cierto es que si bien no me funcionaron las de otros, con el tiempo he ido desarrollando algunas propias, o más bien, descubriéndolas.

Por ejemplo no puedo escribir en compañía de nadie, o si me siento observada, así que los lugares públicos quedan tachados de mi lista para semejante labor, que asumo casi en secreto y soledad total. Escojo el silencio y nadie debe hablarme o se corta ese fluir que pretendo alcanzar.

Una idea resuelta o un dictado del más ‘’allá’’

En narrativa cuento palabras y nunca me permito dar por terminada una sesión hasta haber alcanzado un mínimo de 400, el equivalente de una cuartilla. Prefiero escribir cuando tengo una idea resuelta en mi cabeza, aunque he podido comprobar que en ocasiones logro hacerlo sin saber a dónde voy, como en la poesía, que es un dictado del más “allá”. Si luego de unas horas, tomo alguna pausa para revisar mensajes, y un amigo me pregunta “¿qué estabas haciendo?”, eludiré la respuesta, ya que puedo hablar de lo que escribo a voluntad, siempre que no se me pregunte, porque creo que de otra forma se gafaría. Aquí espero que si mis amistades leen estas páginas logren perdonarme y me comprendan.

En camino de ser una escritora horizontal

Apenas puedo escribir a mano, y nunca he logrado hacerlo a máquina. Prefiero el tablet por encima de la computadora para la fase lluvia de idea y la segunda para las necesarias y múltiples revisiones, pero esto se debe a una ocasional tendinitis que he llegado a sufrir con el uso reiterado del mouse. Dadas las facilidades que permite el tablet reconozco que me es más cómodo y feliz escribir acostada, así que supongo que voy en camino de convertirme en otra escritora horizontal. Necesito tener agua al alcance de la mano, pues la creación me deja sedienta.

En un afán de justificarme luego de esta suerte de confesión podría decir que no solo los escritores se caracterizan por sus excentricidades. Algunos deportistas entran en los terrenos de juego con el pie derecho y he visto persignarse a varios bailarines antes de salir a escena. Así que quizá, las manías y supersticiones sean parte de la naturaleza humana.

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