Luis Pérez de Castro.
Transcurrían los finales de la década de los ochenta, y con ella se le decía adiós a muchos referentes políticos y culturales. Aquí, en Santa Clara, un grupo de jóvenes alzaban sus voces para expresarse a través de la palabra escrita. Entre ellos se destacaba uno no solo por el volumen de su figura, voz de tenor, manía de encarar sus historias y la sicología retorcida de sus personajes, hombres y mujeres de barrios como el Condado, Dobarganes o, simplemente, jugadores de dominó en las aceras o revendedores irreverentes hasta con su propia sombra. Así, una larga noche de 1989, embriagado por las historias de Chago, Tachuela, Pechoemula, el Puchy, Tanganica, la Nena y Leo, un policía que el destino le jugó una mala pasada, conocí a Lorenzo Lunar Cardedo, único hombre que ha sabido navegar entre la burocracia y lo marginal, y salir inmune de ambas con un misterio inaudito, diría más, con un modelo de creación capaz de seducir a feligreses y a eruditos, a todo transeúnte que se detenga en una de sus inverosímiles historias.
Su amplio currículum literario
Lorenzo ha logrado cultivar un amplio currículum literario, tanto en la narrativa para adultos como para jóvenes y niños, así como en el cuento, el ensayo artístico literario y la investigación, donde se destacan, entre otros, las novelas Échame a mí la culpa, Cuesta abajo, De dos pingué, Que en vez de infierno encuentres gloria, Polvo en el viento, La vida es un tango, Usted es la culpable, Mundos de sombras, La casa de tu vida, El asere ilustrado y La casa de cristal (infantil); los de relatos y cuentos El preso de la celda «raíz cuadrada de 169» y El lodo y la muerte; los ensayos El que a hierro mata y Vasos capilares, este último en coautoría con Rebeca Murga Vicens; los de investigación Enrique en la república de Labrador y Viajero sin itinerario; y la antología de cuentos policíacos Confesiones. Además ha alcanzado importantes premios en el ámbito nacional e internacional, destacándose el Premio nacional de novela policial Aniversario de la Revolución; el internacional Semana Negra de Guijón, España, en 1999, 2001 y 2005; el Brigada 21; el Novelpol y la primera mención en el Dashiell Hammett iberoamericano a la mejor novela negra en el año 2003, en España; Premio Plaza Mayor de novela, Puerto Rico, 2005; y el Premio Oriente de novela en 2009. Su narrativa se caracteriza por una experimentación que aborda tanto la relación con la realidad como con el hecho estético en sí. Definir actitudes, expresar una conciencia más aguda del hombre y su entorno parecen ser sus provisiones en cuanto a creación se refiere. Las posibilidades expresivas del lenguaje, la autonomía del texto literario y un acercamiento antológico a la realidad inmediata, son elementos nuevos dentro de la tradición, digamos el modo de encarar la realidad, objetiva y subjetiva, que hasta entonces lo hacían otras generaciones menos o más comprometidas, de la interpretación de lo real.
El realismo de Lorenzo Lunar en el panorama literario
El trabajo de Lorenzo constituye un nuevo aporte al panorama literario actual: el realismo, que en ocasiones en nuestra literatura se mostró insuficiente e incapaz para comprender y expresar la realidad, aquí es un elemento indispensable para la construcción de una obra cuya concepción filosófica es esa nueva escritura que le permita ya no explicar, sino cuestionar esa realidad y, algo único en su endiablada y a la vez excitante manía de asumir sus historias, en todas propone como realidad la de una subjetividad en constante observación/reflexión interrelacionada con el barrio y sus gentes. Ejemplo de ello es su segunda novela publicada en el año 2002, Cuesta abajo, donde en el capítulo IV, página 14, reflexiona: «El Puchy siempre dice que el barrio es un monstruo. Me lo ha dicho tantas veces que yo también lo imagino así: un dragón de muchas cabezas y no sé cuántos tentáculos. Cada cabeza tiene un rostro y los rostros cambian sin que uno se dé cuenta».
Podría decir mucho más de Lorenzo Lunar Cardedo, revelar fragmentos incógnitos de su afición por el bolero, de ocultarse en bares y cantinas, de recetas de cocina reelaboradas o usurpadas a Nitza Villapol, de su afán desmesurado y a la vez comedido por ayudar al prójimo, en fin, de su amor manifiesto a Rebeca Murga Vicens y a la literatura, pero temo no salir ileso de dichas encrucijadas, por lo que solo me retracto en decir que sigamos en vigilia permanente a espera de sus nuevos textos, pues así seguiremos constatando la naturaleza particular de su novelística y su realización estética, como parte integral del mundo espiritual de su yo interior.
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