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Las rutas de lo fantástico en mi experiencia creativa

Género fantástico

Elaine Vilar Madruga.

En mis esencias —en las raíces más íntimas de mi ruta como escritora— se encuentra la literatura de ciencia ficción y fantasía. Fue el primer género al cual dediqué la sustancialidad de mi obra y que aun hoy la atraviesa frontal y diametralmente. Incluso en mi teatro —la creación más realista que he conseguido urdir hasta el momento— siempre se abre una brecha, un espacio de sentido que incluye el factor de lo mágico o de la exploración en torno a lo posible. Me ocurre, quizás, porque soy criatura de costumbres, algo fiel y obsesiva con los temas que me resultan de interés: la revisitación del pasado y de la Historia, los estudios sobre arte, la mujer como centro del tejido literario, la teatralidad inherente a cada documento creativo, la reescritura de los eventos, las estructuras del poder y la fuerza telúrica del sexo en la vida de todo ser. Son estos algunos de los caminos que he andado a menudo, siempre en busca de una nueva fuente, de un filón magnífico, de una bocanada que me conduzca en busca del hilo, siempre móvil, de la realidad literaria. 

Durante muchos años, algunos creadores —y críticos, incluso instituciones— han mirado a la literatura del género fantástico desde el peldaño elevado de quienes mucho suponen y poco entienden. No es tiempo de drama, ni de quedarnos enredados en el recuento de lo que fue o lo que pudo ser, de los caminos bifurcados o los otros que fueron cerrados para siempre: este artículo pretende, más que nada, develar algunas de mis notas sobre cómo hacer literatura fantástica y qué considero, dentro de las estructuras narrativas y literarias, es indispensable para desarrollar una historia que utilice la ciencia ficción o la fantasía como centro temático. 

Empecemos…

El tono de los personajes en el género fantástico

En mi creación, he descubierto siempre que la mejor forma de llegar al lector —y a la par de segmentar una historia— es descubrir a tus personajes. Por encima de la forma y de los modos de contar —me refiero a las técnicas narrativas—, encontrar a los personajes es siempre mi prioridad. Ellos, en definitiva, son quienes colocan las palabras en la boca del escritor —es decir, en sus dedos—y creo, firmemente, que son los que posibilitan todo avance de la trama. No escuchar el tono de los personajes es craso error en cualquier género, pero en el fantástico ese error se paga doble. En mi caso, nunca beneficio la construcción de universos o la recreación de la historia por encima del personaje: ellos son mi verdadera columna vertebral y de sentido y, a través de su propias palabras o acciones, es que procedo a develar paulatinamente todo el mundo que les rodea. 

Pero, ¿cómo hallar un personaje que sea verosímil en el mundo literario recién creado? Se trata del tono. El discurso de tu personaje dará pistas al lector de quién es este, de su pasado, de su formación, de sus ideas. A mano siempre tengo el recurso del monólogo —que debo a mi formación dramatúrgica— y de las columnas de sentido que armo, poco a poco, y siempre a manera de rompecabezas, con diversos flashfoward y flashback que le permiten al lector —y a mí misma— ir construyendo una prehistoria de este personaje (aunque esta no se utilice dentro de la obra). En un próximo artículo, les estaré comentando sobre mis ideas de cómo construir personajes memorables, que lancen puntos de conexión con los lectores y que, a la par, sean capaces de gestar una nueva realidad desde el punto de partida de su propia existencia. 

El rol activo del lector

Soy de las que cree que los mundos fantásticos —ya sean universos permeados por la magia, por lo sobrenatural o por determinados factores tecnológicos, ya sean universos que miren hacia el pasado o hacia el futuro, o que se centren en una reescritura del presente— deben construirse progresivamente. Si se mira bien, en una novela, el escritor y el lector tienen al menos 150 páginas para entender qué mundo es el que se describe, cuáles son sus leyes, cuál su cultura, sus orígenes, etc., sin necesidad de establecer una pauta cerrada desde el inicio del libro. Para un lector es más apetecible la duda inicial que se va esclareciendo —no importa si del todo o solo fragmentariamente— a lo largo de una novela o un relato, a una realidad absoluta que se describe con profusión de detalles innecesarios y que, por ende, conduce a la morosidad de la acción. Ese enlentecimiento de la acción dramática dentro de lo narrativo es solo el regodeo autoral en su propio conocimiento —sea de naturaleza científica, artística, literaria o histórica. Los lectores prefieren una participación activa en la asunción de ese conocimiento, incluso un develado paulatino que les permita apostar sus cartas en virtud de una construcción conjunta del universo. Un lector activo es mucho más generoso con el mundo que el autor construye —y mucho más creativo que el propio autor—, que un lector al que se le ofrece la papilla literaria deglutida. 

Las zonas nebulosas —o zonas de incertidumbre— son también una baza de triunfo, según mi experiencia, y esto es algo que se imbrica con el comentario anterior: la función del lector en un rol activo de la existencia narrativa. Estas zonas nebulosas me han resultado de mayor utilidad en los relatos que en la novela, quizás porque en la relativa brevedad de los primeros existe siempre margen para no coser todos los hilos de la acción sin que, por esto, quede esta en vilo o incompleta (lo que sería fallo del escritor, y nunca de la comprensión del lector). Las zonas nebulosas o de incertidumbre obligan al lector a llenar los espacios en blanco con teorías y construcciones —tanto literarias como de sentido— y, en definitiva, dotan a la narrativa de nuevas profundidades.  

El registro de lo auténtico en la ficción

Toy rocket takes off from the books spewing smoke on a pink background. Symbol of desire education and knowledge. School illustration. 3D rendering.

Por último deseo poner en letra escrita una consideración sobre “lo cubano” en la literatura de ciencia ficción y fantasía, en contraposición a aquella que se crea sobre los moldes de una denominada “universalidad”. Soy de aquellas autoras en la que no pueden apreciarse trazos palpables —al menos visibles— de elementos cubanos en su obra. No he escrito sobre ritos yorubas fusionados con tecnología, no me he apropiado de la mitología aborigen, mis héroes no usan machetes bioreciclabes… y no porque desprecie lo nacional, lo que concierne a mis orígenes culturales, históricos y biológicos, no porque defienda una estética anglosajona de escritura, no porque sea incapaz de acudir a nuestros registros autóctonos para condensar la obra. Mi literatura —como la de otros autores— es cubana, tanto como la de aquellos a los que sí le interesan las figuras y los temas narrativos mencionados con anterioridad, porque yo soy cubana, porque mi español —y por ende mi manera de construir la narrativa— no bebe de una tradición anglosajona ni puramente ibérica, sino que es la simbiosis de nuestras mezclas culturales históricas, porque mi visión del mundo —y por lo tanto mi visión de la literatura— ha bebido de las experiencias vitales que me han tocado como cubana y porque —ni siquiera queriéndolo— podría reproducir en la literatura un patrón cultural que no pasase, antes, por el filtro biológico e intelectual que es mi identidad nacional. 

Cada uno debe buscar el registro de lo auténtico en su propio caudal de posibilidades literarias y adaptar este —con lo mejor de sus herramientas— a la ficción que se intenta construir. 

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