Ricardo Riverón Rojas.
¿Qué sientes cuando lees historias humorísticas? Como respuesta a la carta de un admirador que, además de enviarle un texto, le preguntó si era cierto que el aceite de pescado fortalecía el intelecto, Mark Twain aseguró (y pido perdón por no citar textualmente): «No me consta, pero en todo caso usted no debe preocuparse, pues con una ballena y media tendría suficiente».
La materia prima para las historias humorísticas
Samuel L. Clemens (Mark Twain), titán de un humor hiperbólico dulcemente degustable para desensamblar esa simulación de la vida que son las estiradas poses intelectuales, siempre usufructuó las enseñanzas de lo inmediato. No por gusto afirmó: “Nunca permití que la escuela interfiriera en mi educación”. Para él la observación, la reelaboración alternativa de lo cotidiano, la metabolización a través del lenguaje, el ímpetu costumbrista y el cambio de perspectiva frente a los sucesos constituían materia prima esencial para la magia humorística.
Las historias humorísticas: cuchufletas y gags
Aunque Henri Bergson, en su imprescindible ensayo La risa, afirmara que «El mayor enemigo de la risa es la emoción», resulta inobjetable que la palabrería sapiente también lo es, de ahí la frecuencia con que las monsergas conceptuosas, exageradas, se erigen blanco de cuchufletas y gags donde el emisor estirado desemboca en el ridículo.
Prender la mecha de la carcajada
Leer historias humorísticas no constituye, como algunos suponen, un ejercicio opuesto al de disfrutar poesía. En el viaje de la emoción a la catarsis, si el autor ha sabido estructurar el mensaje, se degustan, entre otras: la ironía, el sarcasmo, lo insólito, la hipérbole, la paradoja, la sutileza, el símil, la polisemia y otras herramientas comunes que convocan, desde la subjetividad, a la inteligencia.
El texto humorístico nos traslada a una realidad nueva donde el pacto comunicativo se sustenta por igual en las esferas emotiva e intelectiva, y con igual chispa en el sistema nervioso autónomo. La mecha de la carcajada se prende espontáneamente.
Cantinflas vs. Les Luthiers
Las historias que pretendan hacernos reír difícilmente resulten eficientes si se reducen a lo grotesco, lo burdo, la humillación de un semejante, la discriminación, lo escatológico. Los modos y costumbres, el habla dialectal con sus giros y ritmos singulares sí vienen demostrado su eficacia desde antaño. Claro, si relacionamos el humor con su contexto, podemos afirmar también que lo que ayer funcionó, acaba perdiendo eficacia a medida que las referencias culturales cambian. Un ejemplo: hoy no nos entregamos con la misma pasividad que hace cincuenta años a las morcillas discursivas de Cantinflas. Quizás nos convoquen con más fuerza las refinadas performances de Les Luthiers.
Un sano balance es lo que necesitamos
Las historias que nos despiertan la risa resultan ideales para el sano balance con las que nos hacen sufrir, o meditar, o emocionarnos –tan variopinta es la vida. En ese sentido comparto plenamente –ahora sí– la sentencia de Bergson: «La comicidad exige, para surtir todo su efecto, algo así como una anestesia momentánea del corazón, pues se dirige a la inteligencia pura».
Le recomendamos: Biografía de Ricardo Riverón, libro de Ricardo Riverón Vivir para vers.o.s, artículo El placer de leer, artículo Lectura para degustar, artículo Los 10 mandamientos del lector.