Pérez Díaz
De
niño leí muchos libros policíacos y de adolescente escribí algunas novelas de
ese género todavía inéditas, al calor de mis excursiones con amigos y
compañeros de clase. Fue algo que siempre me fascinó: descubrir misterios,
enigmas, acertijos y seguir las pistas falsas de alguna investigación de la que
se contara en un libro.
Siendo
periodista y habiendo hecho ya mis pinitos como escritor, Los Pelusos nacieron
en 1989 cuando una amiga editora me pidió unos pequeños cuentos para niños que
tuvieran mucho de misterio y de humor y que hablaran de policías, los que se
publicarían con la recortería de papel cromado de una conocida revista.
Recuerdo
aún con renovada alegría, con qué entusiasmo y emoción emprendí la escritura de
aquellas primeras aventuras, que me iban a sacar del anonimato en el que me
encontraba pese a haber escrito ya una decena de libros que a nadie en Cuba
parecían gustarle. Partí del capítulo aislado y algo incoherente de una de mis
primeras (e imperfectas) novelas todavía inéditas (El libro de abuelo) que me
pareció muy adecuado y fascinante para entretejer una aventura policial.
La
aparición de los personajes en aventuras policiales
Desde
“Aventura nocturna”, que es donde nacieron Los Pelusos hasta los cuentos más
recientes, hay todo un andar paralelo en la literatura y a la vez una vuelta,
un regresar eterno al lugar del crimen (como diría mi vieja maestra Agatha),
pues, aunque pasen épocas y épocas, el género siempre me seduce, una y otra
vez.
Ya
en aquella primera historia aparecen los dos traviesos gemelos, llenos de
contradicciones, tan parecidos y diferentes a la vez, tan entusiastas por leer
(uno) o vivir (la otra) las más inverosímiles aventuras.
La
historia guarda cierta intertextualidad con uno de mis cuentos clásicos
preferidos: “Los músicos de Bremen”, relato de los Hermanos Grimm que siempre
distingo por su carácter reivindicativo, por esa oportunidad que da a alguien
ya tan desasido de la suerte y de la vida de crecer y empinarse hacia el
futuro, sobre todo consiguiéndolo a partir de la amistad.
Pero
esa aventura no fue la primera en aparecer, sin embargo, sino “Misterio en la
biblioteca”, que por alguna extraña y precisamente “misteriosa” razón de azar
ha tenido la suerte de figurar en los libros de textos y en el programa de
estudios primarios de varios países tan distantes como Puerto Rico, Argentina o
Venezuela, donde incluso ha sido representada por los niños en un aula.
Luego
vendrían “Fantasmas asustados”, que rescata la esencia argumental de una novela
adolescente, o “El beso del mar” o “Fuego”, “Agatha en apuros” y “La perla
azul”.
El
cariño de los lectores hacia los personajes
También
las personas mayores —como bien dice El
Principito, de Antoine de Saint Exupèry—, un día fuimos niños y necesitamos
bastante una pizca de imaginación, fantasía, ilusión, para seguir andando el
camino de la vida. Y eso he sentido cada vez que escribí cuentos de los
Pelusos: alegría, aventura, entretenimiento. Y eso mismo deben haber sentido
tantos niños cubanos que fueron los primeros en leerlos en aquellos pequeños
libritos que se hacían en grandes tiradas y virtualmente desaparecían de los
puntos de venta.
Luego,
cuando alguien que leyó alguna parte de esta saga parcialmente inédita me dice:
¿Por qué no me cuentas más de los Pelusos? ¿Volvieron a encontrarse con
aquellos traviesos y simpáticos duendes chinos de El Misterio de los almohadones desaparecidos? ¿Y Florecita Chang se
casó con Migue? ¿La tía Agatha, sigue coleccionando animales en su casa?
¿Aparecieron los paraguas amarillos que se habían robado en aquel cuento?
Entonces
me animo un poco… echo a volar la mente y, desde muy lejos, llegan ese par de
chiquillos rubios, con un hada, unos güijes peliverdosos y respondones,
luchando contra las brujas malas o descubriendo el misterio de los óleos
robados a una pintora solitaria.