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Historias de personajes infantiles (III)

Por
Enrique Pérez Díaz

Terror y humor,
aventura y misterio es una liga rara para que convivan en un mismo libro, pero
de ese modo discurren las aventuras de Los Pelusos, unos inquietos gemelos y
sus acompañantes en cada nuevo reto por descubrir. Aunque en los libros nunca
crecen y siempre tienen unos diez años, por esa magia maravillosa que posee la
literatura, en la vida real fueron escritos hace unas tres décadas.

Los Pelusos son tan
ocurrentes como su autor. Cuando les da por contarme cuentos, ellos no se
alejan ni un momento de mí. Me persiguen, sobre todo en la noche, por la casa
entera, como si se tratara de pequeños fantasmas ávidos por referirme a esos
“terribles” misterios en que se ven envueltos de la mañana a la noche. Y es que
cuando a Los Pelusos les da por aparecer, ya no hay nada ni nadie que los
detenga.

En realidad, eso les
suele ocurrir a todos los escritores con sus libros: llega el momento en que
uno vive más la historia de sus personajes, que la suya propia e incluso siente
que los conoce mejor que a otras personas de la vida real. Aunque, pensándolo
bien, ¿cuánto de la vida real no hay en cada personaje literario que nace al
mundo cada día?


La
curiosidad de los niños por los personajes

Pero lo triste suele
ser que, a veces, resulta verdaderamente difícil atrapar —con el poco tiempo de
vida que uno tiene— todos los detalles que los personajes le han contado, como
en susurros misteriosos, a soto voce,
y, cuando me siento a la computadora y escribo las historias de los Pelusos,
siempre pienso que pudieron tener muchos más percances y situaciones
peligrosas. Ellos serían capaces de vencerlas todas, por increíble que parezca.

Son los niños
precisamente quienes más suelen hacer preguntas interesantes. Recuerdo que
hasta en las aulas de una escuela en Bolivia una vez organizaron concursos para
reescribir los finales de mis cuentos. Y en ellos, siempre venía la eterna
interrogante: ¿Por qué no me cuentas más de los Pelusos? ¿No han regresado al
Valle de las Tortugas Azules? ¿Y la tía Agatha, sigue coleccionando en su casa
álbumes de viejos amores?

En otro colegio de
Valencia, Venezuela, hicieron de la mano de la maestra Elibey, esposa de mi
gran amigo el escritor Armando José Sequera, una magnífica representación de Misterio en la biblioteca y hasta
escondieron mi cartera ante la risa de todos los profesores. Y siempre hay una
pregunta a flor de labios en cada niño: ¿Y el hada en apuros que perdió su
varita no ha vuelto a perderla?

Especialmente esa
última pregunta me recuerda una experiencia muy especial que tuve con Los
Pelusos. Por razones editoriales, ese cuento durmió inédito durante muchos
años, pese a haber sido de los primeros en ser escritos e integrar un ciclo
todavía inédito, de cinco aventuras en el país de las hadas.


Los
libros infantiles como símbolo de esperanza

El libro “Un hada en
apuros” se hizo con fines humanitarios y sin ánimo de lucro y fue presentado en
casas de niños sin amparo filial, escuelas de conducta, centros de reeducación
de menores y en numerosos hospitales de la isla entera. Cada vez que lo obsequiábamos
a un niño enfermo o a su familiar acompañante, yo solía decir: “¡Que las hadas siempre te cuiden y te
devuelvan la salud!” A mi paso encontraba rostros dolientes, caras
preocupadas y serias, expresiones de desconsuelo infinito y sin remedio y era
necesario creer en que un hada y un buen cuento infantil cambiarían todo
aquello, pues en algunos casos hasta se trataba de niños en fase terminal de
cáncer.

En el primer hospital
que visité en Cienfuegos se me apretó el corazón al conocer del destino incierto
de estos niños que quizás ya nunca más iban a ver la luz, así que resultaba
absolutamente paradójico obsequiar un libro dedicado a alguien que iba a morir
en cualquier momento.

El
poder de curación de la literatura

Cuando recorríamos de
nuevo los pasillos de cada sala, ya para marcharnos del hospital, eran otros
los rostros que asomaban a nuestro paso, tan diferentes, llenos de sonrisas,
agradecimiento, buenos deseos hacia nosotros y… sobre todo, confianza… desde entonces,
he seguido estas giras y cada 31 de diciembre, por solo citar un día del año en
que se hacen acciones semejantes, acudimos al Hospital William Soler o al
Pediátrico de Marianao Juan Manuel Márquez para llevarles libros a los niños.

He tenido amigos,
compañeros que no pueden entrar. Pero quizás, desde aquella primera vez en
Cienfuegos, mi corazón se robusteció, sobre todo al pensar que nuestra visita
podría significar un rayo de luz para esas personas presas del dolor. Yo mismo,
hace algunos años, enfermo de gravedad por una neumonía doble contraída en
Argentina viví en carne propia la alegría que representa que alguien te visite
en un hospital, te dé ánimos y confianza para seguir luchando por existir. Ya
decía Cesare Pavese que “la literatura es la mejor medicina contra las ofensas
de la vida” y si se trata de libros divertidos, de aventura y misterio, donde
unos niños hacen posible lo imposible, pues muchísimo mejor…