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El almacén de las palabras

El almacén de las palabras

Lourdes González Herrero.

En los primeros poemas que una escribe, las agrupaciones de palabras surgen de manera espontánea, casi milagrosa, porque el poeta no tiene aún la necesaria, imprescindible intimidad con las palabras.

Por eso nos sobrecogen esos poemas iniciáticos, cuando al pasar de los años son leídos por otros o escuchados en nuestra voz. No entendemos cómo fue posible. Yo todavía no lo he comprendido del todo. Cuando en algún recital me piden que lea de mis libros Tenaces como el fuego o La semejante costumbre que nos une, tengo que hacer un enorme esfuerzo para vencer mi perplejidad, como si mis manos, solas, hubieran seguido los impulsos de un corazón y una mente en plena victoria.

Creo que de eso se trata, de los años, de convertir las primeras experiencias, las trascendentales desolaciones de los 19 años, en figura de texto que se aprehende con la lectura. En esa juventud los escritores no sienten la necesidad de volver a mirar lo escrito, tienen prisa, la vida se muestra en su esplendor y no perderán su tiempo.

La revisión y selección de las palabras 

Una y otra vez le he dado vueltas en la cabeza al asunto. Y en ellas, algunas direcciones han quedado claras: cuando pasan los primeros libros y todo parece vacío y quietud, o quietud del vacío, no hay otra manera de escribir bien que la de irse acercando a las palabras, irlas sopesando, saber todo de ellas, para entonces hallar la plenitud en la revisión.

Porque no es en el momento de la escritura que las palabras son sometidas a un riguroso examen, es justo después, cuando las volvemos a mirar, esta vez con la intención de comprobar si dijimos lo que queríamos decir, o si, por el contrario, nos engañamos usando palabras que denotaban lo opuesto. 

Es algo que ocurre con mucha frecuencia: expresar la idea inversa. En la búsqueda de un símbolo y de sus cualidades, erramos, y es entonces que se hace absolutamente indispensable indagar, escrutar, averiguar. Para que ese proceso dé buen resultado, debemos tener ya nuestro propio almacén de palabras, del que sabemos todo.  

La relación del escritor con las palabras

A menudo no es una idea contraria la que exponemos, sino una idea paralela, que deja trunca la intención expresiva que llevábamos para escribir un poema, un cuento, un ensayo, una novela. El modo de revertir la escritura es el mismo: pongamos las palabras debajo de un microscopio, examinémoslas, no le otorguemos ninguna virtud hasta que no conozcamos primero de qué está hecha y para qué fin fue creada.

Las palabras deben estar tan cerca del escritor que puedan atravesar su piel. Porque elegirlas es una de las tareas más angustiantes que él tiene. Ubicarla dentro del texto, rodearla de otras que han sido igualmente escogidas, es también una batalla desgastante.

Pero cuando concluye, en el instante en que podemos leer sin disgustos el texto, sentimos que nuestra relación con las palabras continúa siendo eficaz, y eso ya compensa las horas de trabajo.

El sometimiento y control de las palabras es necesario en cualquier cosa que un escritor escriba. Incluso en unos párrafos para homenajear, hacer notar o distinguir. Porque la escritura es un oficio que pasa por el asimiento de las palabras, y por muchas otras labores.

El estilo del escritor

El estilo depende por entero de ese almacén de palabras del que les he hablado. Cada escritor requiere cientos, miles de ellas. Es una búsqueda que no termina al poner el punto final de un libro, es una constante. Cuanto más sagaz sea en su aventura de buscar, mayores ventajas tendrá. Luego las anota, las clasifica, juega con ellas, y depende de ellas.

Es toda una aventura. Y ya sabemos que no hay nada mejor que una aventura que propicie conocimientos. Creo que la lectura es la fuente principal de esta caza sensible, de la que salimos siempre directos al almacén, nutriendo nuestro espacio vital.

No conformarnos con la línea que marcan las palabras en nuestro horizonte de escritura, tener a mano siempre algo que leer, ser audaz a la hora de escogerlas, y darnos cuenta de su presencia son los ingredientes perfectos para dotar a nuestros libros de palabras acertadas.

Creo que ya sabía todo esto al escribir en Papeles de un naufragio: Muy hábiles han de ser para que un poema o un cuento se parezca a ellos y ellos  a la vida y la vida de ellos a la cultura nacional.

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