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El arte de escribir para los niños


Por Enrique Pérez Díaz

Muchas personas piensan que escribir para niños es lo más fácil del mundo.
Otros, en cambio, consideran que es lo más difícil, casi imposible, por el
nivel de especialización que en sí este acto creativo conlleva.

Por mi experiencia de muchos años escribiendo, desde que apenas era
adolescente, se debe tener por encima de todo una sólida base cultural, un
asombro constante ante cada hecho cotidiano y, también, una irreverencia
libérrima para mirar el mundo, a la gente y a cada hecho, que permitan alcanzar
una codiciada libertad que no nos ate a ningún canon o convención, a ninguna
moda o tendencia, a ningún código prescrito de antemano.

Cuando escribimos para niños soltamos las amarras de muchos lastres. No es
posible ser libre portando ataduras. Tampoco se puede ser original si, de hecho,
copiamos estilos ajenos, temas lejanos, personajes manidos o historias ya
recurrentes en el entorno literario donde nos corresponde crecer y
desarrollarnos.

Uno debe partir de un personaje, una situación, un argumento, pero ha de
ser todo lo diferente que se pueda ser, aunque ya se sabe que cada día resulta
más difícil encontrar la ansiada originalidad.


La libertad de creación en la literatura infantil

La vida está llena de hechos ricos para ser contados. No es secreto que a
veces —o casi siempre— la realidad supera a la más desmedida ficción. En eso
debemos inspirarnos pero con una visión desprejuiciada, abierta, nada
convencional, defendiendo, ante todo, nuestra libertad creativa, que se
manifiesta en esa misma libertad de acción de que dispongan nuestros
personajes. Libertad de acción es apostar por lo increíble, por lo nuevo, por
lo que nadie concibe, por lo extraordinario y expresarlo de la manera más
creativa.

Tampoco se debe pensar en la atadura de la edad de los públicos, al menos
deliberadamente. Si escribes, motivado por un concurso, especulando qué dirá tu
editor, como lo hace un colega o creyendo que los niños no deben leer esto o
aquello, ya estarás condicionando tu discurso a intereses extraliterarios e
irás perdiendo autonomía y creatividad.

Cuando escribo soy libre. Me siento creador. En cualquier época que lo hice
fue así y defendí esta integridad de decir lo que pienso, cómo lo deseo y expresado
de la forma que entiendo. La autocensura es el peor mal que acosa a un
escritor. Pensar en lo prohibido tanto como en lo “adecuado”.

La originalidad del autor en los libros infantiles

Del mismo modo, hay que buscarse y perderse y volverse a buscar y tratar de
encontrarse como autor en cada nuevo libro. No ser nunca igual a uno mismo,
lógico, tampoco a nadie que conozcamos. La diferencia se consigue solo cuando en
verdad eres diferente, incluso a ti mismo. Cuando no te conformas y buscas
escaleras y escaleras, pasillos, laberintos, corredores angostos del estilo y
la narrativa donde perderte cada vez. No te conformes nunca con lo que hiciste.
Repetirse empobrece el estilo. El secreto está en ser diferente cada vez sin
dejar de ser uno mismo. Es difícil pero se consigue. Debes lograr que quien tea
lea: “Este libro no se parece a lo que escribe fulano, pero solo pudo haberlo
escrito alguien como fulano”.

Por eso mis personajes disfrutan de esa misma libertad que yo siento al
crearlos cuando no me pongo cortapisas a la hora de idear las situaciones más
diversas y alucinantes. Si me atuviera a los cánones o convenciones de la
literatura que se escribía cuando comencé a dar mis primeros pasos, si no
hubiera roto deliberadamente con lo procedente, hoy mis obras serían diferentes
y tampoco yo me vería como el escritor que soy.


La credibilidad de las historias infantiles

Lo otro que se debe lograr en cada libro es la verosimilitud. Puedes
escribir una historia realista que nadie se crea porque no está bien contada.
Puedes en cambio imaginarte lo más descabellado del universo y el lector se
estremece de emoción y terror porque lo convences de que aquello puede ocurrir
justo a la vuelta de la esquina, en cualquier momento.

El oficio se gana escribiendo día a día, leyendo mucho, comparando,
cotejando estilos propios y ajenos, midiendo como un corredor, el camino
recorrido entre un libro y otro. Revisando críticamente qué libro puedo
escribirse mejor y, sobre todo, soltando siempre las amarras del “esto no puede
ser, esto parece imposible, esto no es adecuado”.

Cuando se agarra el tono de una historia, cuando se entra —al decir de
Gianni Rodari— por la puerta por la cual se debía entrar, cuando el personaje
toma las riendas de la acción y nos sorprende al conducirnos por los más inesperados
parajes, por el argumento y su propia sicología del mundo, ya estamos ganando
la batalla.

Una apuesta por lo imposible

Es conveniente también, sobre todo para quienes comienzan, escribir más de
aquello que conocen que hacerlo sobre temas ajenos, que requieran investigación
o signifiquen aproximarse a realidades poco cercanas.

El oficio de escribir para niños pues, debe hacerse desde el mayor respeto
a la creatividad, al lector, no pensando que debamos descender hasta el
supuesto nivel que ellos tienen sino todo lo contrario, escribiendo como si
fuéramos a leernos nosotros mismos y pautando el listín de la historia bien
alto. Todos los grandes lectores son osados, valientes, aventureros y les gusta
la provocación, el reto, la porfía.

Por eso, en cada nuevo libro debemos desafiarnos y desafiarlos. Apostar por
lo imposible, lo inesperado, lo rotundo, lo provocador, puede ser la clave de
nuestro éxito.